“Mujer nómade”, de Martín Farina
Por Marcela Gamberini
Martin Fariña construyó a lo largo de su carrera cinematográfica un mirada única y personal. La cercanía con sus personajes se hace distante en lo estético aunque esto parezca una paradoja. Es inevitable no preguntarse por la elección de sus temáticas, de sus protagonistas absolutos, de sus registros. Tal vez, si hay algo que es necesario relevar en primer lugar es la maravillosa intuición –que pocos directores tienen- acerca de la pertinencia y el interés que destilan sus retratados. Entender que en el cuerpo y en la voz de Ester Díaz hay una historia posible de ser contada y a la vez posible de ser interesante es un acto intuitivo fenomenal.
Recorrer la intimidad de Ester Díaz es como adelantarse a un paso del abismo. Filósofa no solo de carrera con un Doctorado otorgado por la Universidad de Buenos Aires, sino filósofa de alma, de esas mujeres que no cesan de reflexionar acerca de su presente y su pasado constantemente. Una historia familiar compleja. Una sexualidad más que activa. Años y años de diván. Un cuerpo intervenido a favor de lograr la belleza perenne. Un padre que logró que la pequeña Ester de nueve años sintiera la soledad más absoluta, sensación que no la abandonará jamás. Una hija enferma que marca la necesidad de tocarle la cabeza y recuperar así un poco de la maternidad casi nunca ejercida. Todo esto en la voz y en el cuerpo de Este. Una voz rápida que se atraganta las palabras, los autores, las citas, que salen como municiones finas, que lastiman, que la lastiman, y que en definitiva es la única manera de curarse. Todo siempre a través de la palabra. Por y a través de la palabra. Por encima de ella, por debajo de ella. Siempre la palabra.
Y con la palabra el cuerpo. Ese cuerpo que expone su temor al abandono en todo sentido; el abandono de la belleza, del sexo, de las caricias, de las sensaciones más originarias, de los hijos, de las parejas. Las rejas del comienzo y del final de la película establecen una clave de lectura; atravesarlas será entrar en la intimidad más profunda de Ester, Farina filma el interior de Ester, sobre todo cuando filma en su casa. En sus almohadones, en su ropa, en su baño, en su ventana. ¿Cómo se desentraña la intimidad de alguien que, además, es conocido en el ambiente intelectual? ¿Cómo se lo desnuda? ¿Cómo se muestran sus miedos, sus angustias, sus excesos? ¿Alguien sabe lo que puede un cuerpo? Dice Farina, que dice Díaz que se dice de la tragedia griega; que el choque de fuerzas es el conflicto en sí mismo, que nunca hay solución, solo destrucción. En la vida, por el contrario, dice Ester que tampoco hay solución, pero siempre hay conflicto, permanente, que no cesa. Tal vez esa sea la fuerza que nos hace seguir, el conflicto que siempre es deseo insatisfecho o satisfecho por momentos. Esa contradicción interna y externa que nos pone locos y nos hace pelearnos con nosotros mismos todo el tiempo, en cualquier espacio.
Daniel Farina logra lo que pocos logran: distanciarse de esa figura tan cercana para él y volverla un individuo, filmarla como tal; extrañarla para desnudarla (literal y metafóricamente), filmarla en sus espacios privados, en sus escenas privadas, en sus contradicciones privadas. La filma en su sexualidad que es uno de los modos, de las maneras de habitar este mundo tan hipócrita. En su capacidad de ser nómade sin moverse del lugar. Planos cortos en general, muestran el rostro de Díaz con su maquillaje permanente, su cuello siempre enfundado en alguna chalina vistosa, su ropa fuera de lo común, sus zapatos incontables. Algunos encuadres fragmentados –marca del cine de Farina- muestran lo fragmentario del personaje retratado. En definitiva, es Ester Díaz en los ojos de Farina, es la femineidad de Díaz en los ojos de un director que puede extraer de ese rostro, de esos ojitos pequeños todo el dolor, la frustración, el deseo, las contradicciones. La película es un escenario pedagógico, donde la maestra (como Sócrates) entiende que el quid del proceso de enseñanza parte del cuerpo y de la voz, de la manera en que se mueve, de la manera en que se entona, en sus apariciones y sus desapariciones. De su particular manera de estar en el mundo, de su deseo y del deseo como máquina.
Finalmente, Mujer nómade es en sí misma un “precepto” concepto deleuziano que Díaz cita poniendo como ejemplo la roldana que cuelga arriba de su “máquina” de hacer ejercicios físicos. Si cualquiera mira esa roldana, es una percepción, justamente la percepción que se tiene de la vida cotidiana; sin embargo cuando esa roldana se enfoca con otras motivaciones, desde una cámara fotográfica, desde una filmadora – por ejemplo- se vuelve un “precepto” deviene de percepción en “hecho estético”. Sin dudas, Mujer Nómadees un precepto, un verdadero hecho estético, artístico que deviene de la cotidianeidad de la compleja y dolorosa vida de Ester.
MUJER NÓMADE
Mujer nómade. Argentina, 2018.
Dirección y guion: Martín Farina. Intérpretes: Esther Díaz con Juan Manuel Martino, Verónica Argenzio, Norberto Farina, Walter Canet, Javier Riera, Daniel Lesteime. Música: Jorge Barilari, Coiffeur. Fotografía: Martín Farina. Sonido: Martín Farina, Tomás Fernández Juan. Duración: 73 minutos.