Es lógico que Mujer nómade empiece por una confesión. Esther Díaz narra un hecho trágico de su vida mientras un conjunto disperso de imágenes añade signos que la anécdota límite narrada por la notable filósofa argentina no dice. Son unos 10 minutos introductorios a todo o nada: el sexo, las drogas, la vida y la muerte tiñen el discurso confesional, una forma de oración personal que desconoce aquí la tradición católica; Díaz se alinea con otra tradición, antes de postular que la conciencia se dirige a un fisgón cósmico responsable de todo, capaz de castigar o amar. La confesión es aquí una tecnología del yo, como le gustaba decir a Michel Foucault, filósofo que para la protagonista es un modelo de inspiración.