Todo empieza en un consultorio, en una sesión de terapia de pareja: Andrea (Pierfrancesco Favino) y Sofía (Kasia Smutniak) están en crisis, y la analista les aconseja que se pongan en el lugar del otro. Eso ocurrirá literalmente: por una falla en un artefacto que inventó Andrea, sus mentes se intercambiarán y cada uno pasará a habitar el cuerpo del otro.
Mujer y marido se une a la lista (¿nace un subgénero?) de películas que parten de la idea de intercambio de identidades o de coexistencia de almas en un mismo cuerpo (Hay una chica en mi cuerpo, Este cuerpo no es mío, Un viernes de locos, Si fueras yo). La novedad de la opera prima de Simone Godano es que los dos sujetos involucrados conviven y están unidos en matrimonio. Aunque ya se haya visto, el punto de partida puede sonar divertido, pero la realidad es que el chiste se agota a la media hora.
Smutniak es graciosa al momento de hacerse la machona y tiene una escena especialmente divertida en un estudio de televisión (es periodista y justo el día del cambiazo debuta con programa propio en vivo), pero la gracia no va mucho más allá. A Favino le toca la peor parte: hacerse el amanerado, algo que ya estaba perimido incluso cuando lo ponían en práctica por estas pampas Hugo Arana o Fabián Gianola.
En tiempos de rebrote del feminismo, la película intenta dar un mensaje de igualdad de oportunidades para ambos sexos. Pero el tiro de corrección política le sale por la culata, porque es necesario que el cuerpo de Sofía esté ocupado por un hombre para que ella ponga las cosas en su lugar y no se deje manosear ni pasar por arriba en el trabajo. En tanto que el cuerpo de Andrea, cuando está poseído por Sofía, no deja de meter la pata.
De todos modos, lo peor viene cuando el humor queda de lado y se pasa a una suerte de reflexión seria sobre el rol de cada uno en la pareja y qué sienten al ocupar los zapatos del otro: la historia cae en un bache de tedio y digresiones del que no logra salir más.