"Mujercitas": feminismo avant-la-lettre
La directora de "Lady Bird" propone una relectura moderna de la clásica novela de Louisa May Alcott en la que se luce Saoirse Ronan, candidata al Oscar a la mejor actriz.
A la hora de trasponer este clasicazo de la literatura “para niñas”, la realizadora y guionista Greta Gerwig ejecuta dos maniobras largamente asociadas con la modernidad narrativa. Una es la autorreferencialidad, pudiendo entenderse el relato entero como la visión que de él tiene la protagonista, que es escritora. La otra es la desestructuración temporal, desplazando las piezas que en el original estaban ordenadas en línea. No es que la novela de Louisa M. Alcott pidiera a gritos una refrescada. En contra de lo que se pensó durante un siglo entero, se trata de una obra largamente adelantada a su tiempo (es de 1868), tanto en términos de “contenido” como de forma: la autorreferencialidad ya está presente en ella, y lo que hizo Gerwig fue subrayarla un tono más.
En realidad, la idea de una heroína que reivindica su independencia al punto de no involucrarse en relaciones de pareja era un millón de veces más transgresora en el tiempo en que Alcott la concibió que ahora, donde es de rigor que prácticamente toda heroína de toda forma narrativa se comporte como una adalid, a veces mártir, de la independencia femenina. Esa idea era pongámosle que mil veces más transgresora en los comienzos del cine sonoro, cuando la sociedad George Cukor-Katharine Hepburn perpetró su primera herejía feminista, que sobrevivió hasta el día de hoy como la versión cinematográfica canónica de Little Women.
La heroína es Jo (la impronunciable Saoirse Ronan) y a su alrededor orbitan, cada una con su propio peso, sus tres hermanas y su mamá (Laura Dern, disfrutando de una segunda vida cinematográfica de Big Little Lies en adelante). La casa March es un gineceo absoluto, con el padre reverendo (Bob Odenkirk) invisible en la distancia, combatiendo y luego malherido, durante la Guerra de Secesión. Las cuatro chicas tienen vocaciones artísticas. Jo, escritora, es la que la tiene más fuerte, pero su hermana mayor Meg (Emma Watson) es actriz, y las dos menores, Beth (Eliza Scanlen) y Amy (Florence Pugh, protagonista de la reciente Midsommar) son, respectivamente, pianista y pintora. Relato de iniciaciones varias, estas vecinas del pueblo imaginario de Concord, Massachusetts, viajan (a Nueva York, a París) y tres de ellas van aceitando los mecanismos del amor y el matrimonio. Entre los galanes, dos que pretenden a la indómita Jo (en la versión 1933, la interpretación de Katharine Hepburn estaba al borde de la histeria): su vecino Laurie (Timothée Chalamet, recordado coprotagonista de Llámame por tu nombre) y su profesor de alemán, el francés Louis Garrel. Josephine March “rebota” a ambos, y la tía avinagrada (Meryl Streep, con ojos hemorrágicos) “rebota” a todos los demás.
Lo que antes era narrado de atrás para adelante ahora se cuenta en aparente desorden, como desde el recuerdo, y hay una escena en la que los acontecimientos transcurren en un sueño (o sea, en la imaginación) de Jo. Desorden sólo aparente, ya que en más de una ocasión dos fragmentos se enlazan a base de un sistema de ecos, en el que un determinado motivo genera una nueva escena. La hipótesis de que todo lo que se ve, con excepción del marco narrativo, es parte de la novela que Jo escribe para su editor (Tracy Letts) se ve reforzada por el hecho de que ahora la historia comienza con el encuentro en el que el editor encarga a Jo un relato “en el que la heroína se case o se muera”, única manera de vender el libro según él.
Comentario irónico y tal vez revelador, ambas cosas suceden a lo largo del relato, que termina con un happy end que a la luz de la metalingüística presente puede leerse como bitter end. Es una adaptación inteligente la de Gerwig, que ya en su ópera prima Lady Bird(2017) había mostrado su talento. Una de las seis candidaturas al Oscar (las otras son película, guion adaptado, actriz de reparto, vestuario y música), la hija de irlandeses Saoirse Ronan se ratifica como heroína perfecta de la realizadora, mostrando tantos colores de deseo como su cabello los tiene en tonos. Una heroína tan moderna como lo era, hace ciento cincuenta años, la Josephine original.