Es curioso cómo las mismas historias representan cosas diferentes con el paso del tiempo. No se puede decir que Mujercitas no sea un libro feminista, aunque ese término resultaría ancrónico en la segunda mitad del siglo XIX. Todas las versiones cinematográficas siempre han destacado la independencia de las hermanas March, especialmente de Jo, y el conflicto entre un lugar prestablecido en la sociedad y la vocación que puede ir en sentido opuesto. La puesta de Greta Gerwig deja de lado la cronología de la novela y juega un sistema de espejo para mostrar el cambio en el tiempo, pero eso significa quitar del telón de fondo la Guerra de Secesión. El efecto consiste en hacernos creer que siempre las mujeres fueron conscientes de vivir en una sociedad que las encorsetaba y oprimía, y no que un hecho histórico traumático permite -u obliga- al cambio de perspectiva. El film es elegante y moderno (la corrida de Jo al principio remite a la Nouvelle Vague vereda Truffaut) como cabe esperar de un cineasta de hoy y joven. Pero su lectura de la novela es utilitaria y superficial. Eso último, Beth la perdone, no deja de ser cruel.