Con mentes y almas
La historia de las hermanas March las encuentra, en un principio, como mujeres que acaban de entrar en la adultez o están en camino a hacerlo.
Jo (Saoirse Ronan) intenta ganarse la vida en Nueva York escribiendo cuentos sensacionalistas; Meg (Emma Watson) se esfuerza en mantener su decisión de casarse por amor con un hombre de pocos recursos; y Amy (Florence Pugh) refina su talento como artista en París, mientras la corteja un joven rico que sería un marido apropiado para garantizar el bienestar de su familia. Solo Beth (Eliza Scanlen) permanece a la fuerza en el hogar donde se criaron de niñas, porque las secuelas de una enfermedad la han dejado debilitada.
Dividiendo la narración en dos líneas temporales que corren paralelas, Greta Gerwing va construyendo a sus personajes con flashbacks que bien podrían ser capítulos del libro que escribe Jo, basado en sus propias experiencias de niña. Hay allí algunos indicios para sospechar que las cosas pudieron no haber sucedido exactamente como se nos muestran, sino que podría tratarse de una versión escrita dentro de la misma ficción, editada por una protagonista y narradora que parece tomar más explícitamente que otras veces algunos rasgos de la Alcott real.
Aunque hay una narradora principal, la historia de Mujercitas hace malabares con varios personajes que desarrolla de forma relativamente pareja. Cada una de las hermanas habla con su historia de algún tema en particular, o plantea diferentes posturas frente a un mismo problema central a todas ellas, como por ejemplo las dificultades de encontrar el propio sustento en un mundo que no les deja muchas opciones viables solo por su género.
El trabajo actoral es muy importante para sostener una estructura narrativa clásica, sin un gran conflicto ni antagonista, dejando poco margen para la sorpresa, salvo cuando rompe brevemente los límites entre ficción y realidad para convertir a Mujercitas en una historia dentro de otra.
En ese sentido, el foco está mayormente puesto en el trabajo de Ronan (Lady Bird, Brooklyn) y Pugh (Luchando con mi familia, Midsommar). El resto del elenco no siempre tiene oportunidad de brillar, pero hasta en las pequeñas participaciones están siempre -como mínimo- correctos en sus roles, resultando fundamentales apuntalando al grupo principal para que puedan hacer su parte. }
Tal piso de corrección es, al mismo tiempo, el techo que alcanzan la mayor parte del tiempo. Descontando que todas las “niñas” requieren de una suspensión de la incredulidadbastante benevolente para hacer de cuenta que tienen una década menos de lo que dicen tener, pocas veces alguien se roba una escena o emociona solo con su interpretación, dejando todo en una secuencia de escenas sucesivas con poco crecimiento.
La propuesta visual es naturalista y a la vez cálida, despojada de la crudeza que debieron tener los tiempos de la guerra civil incluso en territorios alejados del frente. Aunque se hace alusión frecuente a la pobreza o el hambre, pocas veces sucede de forma realmente explícita y siempre fuera del hogar de la familia March. Para ellas, la falta de dinero tiene más que ver con la pérdida de status que con la carencia real de recursos básicos que ponga en peligro su subsistencia.
Este manejo de la imagen y de la propuesta general colabora para que -a primera vista- todo pueda parecer un simple melodrama de época como tantos otros, donde varios personajes femeninos se desviven por encontrar un marido, sea por amor, dinero o costumbre. La sutileza de Gerwing en su visión de Mujercitas está justamente en lograr actualizar algunas de las ideas feministas de Alcott (reconocida abolicionista y sufragista en su tiempo), haciéndolas viables 150 años más tarde sin romper del todo con el texto original o volverlas demasiado anacrónicas.
No es para nada una tarea sencilla. Si bien el resultado final del producto puede ser bastante tibio, tampoco alcanza para ser considerado fallido: cumple con entregar una historia con momentos emotivos y bastante humor, incorporando además algunas críticas sociales.