La icónica novela de Louise Mary Alcott tiene a la fecha innumerables transposiciones hechas para el cine y para la televisión. Desde George Cukor en 1933 hasta la recordada versión melodramática de 1994 dirigida por Gillian Armstrong, hoy nos volvemos a encontrar con que el texto original que no deja de ser literatura tradicional (con intereses sobre lo femenino y sobre la función social de la mujer) aún hoy parece convocar a la relectura en pos de hallar un abordaje nuevo, o al menos de hacer el intento.
Hoy las lectoras de Mujercitas son posiblemente solo mujeres de mediana edad que en su juventud han alcanzado este texto en una biblioteca de la colección Billiken o similares. Pero una joven veinteañera de hoy difícilmente encuentre en su haber literario la lectura de este texto, por lo tanto la pregunta es como pensaba Greta Gerwing llegar a ambas a la vez, si era esa como imagino, su meta final.
Esta versión está lejos de los tintes telenovelescos, por lo que se narra de manera liviana, más emparentada con la comedia que con el territorio de lo dramático en cuanto a género se refiere, abriéndose camino muy lejos del melodrama. Lo que le da fluidez y movimientos ágiles en lo narrativo, pero también una notoria blandura y poco espesor en general.
Esta historia de la vida de cuatro hermanas allá por 1860 y tanto en un pueblo de Estados Unidos (siempre más pacato que Europa al menos para lo que el relato propone) Jo, Amy, Beth y Meg viven con su madre mientras su padre está en la Guerra de Secesión. Ahí se crían y crecen y vemos sus avatares a la hora de transformarse en lo que describe el título: Mujercitas.
Más de la primera mitad del filme evoca esos ires y venires de algunas adaptaciones que se han hecho de comedias Shakespearianas o de algunos textos de Jane Austen que discurrían ligeros pero son un subtexto fino como mar de fondo. Acá, en la primera parte del filme, el subtexto no está presente, por lo que el devenir de los sucesos es bastante disperso y poco atractivo, todo está puesto afuera como si viéramos un bonito cartón pintado. Solo el proceso de “transformación” más nítida de los personajes, que se da en la segunda mitad del filme, podrá poner en la mesa otras cartas que Greta Gerwig estaba guardando bajo la manga.
Intuyo que el primer riesgo que hace peligrar la solidez de la nueva propuesta de Mujercitas, es que el leit motiv moral de los personajes está escrito con “el diario del lunes”. Y eso se hace a veces demasiado notorio generando un desbalance entre algunos personajes más hechos a “la antigua” y otros con pensamientos extrañamente actualizados.
Mujercitas es un relato que trata de volver a reflexionar sobre los estereotipos y categorías sociales que circundan el rol de la mujer en la sociedad de esa época, pero como ya enuncié no evita para nada la mirada actualizada desde del “aquí y ahora del género” contrastando con ese pasado algo remoto. La reiterada preocupación sobre la categoría de la mujer es la clave, ya que el filme es un coming of age de cuatro hermanas que van de la infancia hacia la juventud, aquella etapa de la vida que las hace dejar de ser niñas y estar – ante todo – en el mercado social del matrimonio. Las proyecciones de futuro se presentan como casada en buenas nupcias o solterona para siempre. Y es en este status de “solterona” agria pero astuta que la Tía March (Meryl Streep) se ocupa de poner en escena, donde baja línea con soltura y eficiencia en su rol de tía rica y sin marido acerca de lo que debe hacer o no una mujer para considerarse exitosa en ese contexto social y burgués. Una clara apuesta de March es “casarse bien”, con un hombre adinerado que tenga todas las condiciones materiales dadas para una vida de holgura y comodidades. Muchos hoy se reirán pensando que eso es vetusto y desactualizado, pero, deberían anoticiarse que desgraciadamente sigue siendo un parámetro de “felicidad asegurada” para muchos y muchas que eligen el pacto social y económico por sobre la idea riesgosa que es el amor. Por supuesto el tono y literalidad de los textos no son de nuestra coyuntura, pero los trasfondos siguen teniendo su vigencia solo que camuflados en otros escenarios más modernos.
¿Qué separa o aleja al filme de esa única pregunta sobre la identidad femenina? La idea de que Jo, la joven hermana con dotes de escritora se pregunte sobre si misma más allá de la definición de sujeto como “esposa de” quien sea. Este personaje también intenta de alguna manera preguntarse sobre el trazado que hay entre la idea de amor y matrimonio, ¿acaso son la misma cosa? La respuesta no llega explícita pero queda flotando en el aire.
Cada hermana encarna una suerte de estereotipo social: la quiere ser madre y esposa de un simple trabajador, Meg la esposa humilde y abnegada; la que quiere ser parte de la burguesía y toma el amor abandonado por su hermana, esta es Amy la aburguesada; Jo que se rebela con los patrones y da vueltas buscando su lugar en el mundo y Beth que como un ángel pasa por la vida y se va, es pura ausencia.
Jo, la protagonista que puja por un deseo contradictorio (amar a un hombre y cumplir el mandato matrimonial o amar su vocación y cumplir su propio deseo) y eso es lo que va a darle mayor movimiento al final de la historia. Los puntos más jugosos del personaje pasan por su identidad como escritora y por ende por su potencial como narradora, por lo tanto como fantaseadora de la vida no vivida. Jo, que comienza el filme escribiendo historias de guerra para un diario local, imitando los temas y la escritura de los varones, al final del filme se arriesga a narrar esas pequeñas historias femeninas y cotidianas que la constituyen, las de la vida doméstica de esas cuatro mujercitas. Y allí no encuentra el ideal de una felicidad perfecta, pero se encuentra a sí misma.
El final juega con ambos planos de un mismo relato, la narración idílica de la novela dentro del filme y la narración de la vida “ficcionalmente real” de Jo en la película. Sin duda el final es lo más disfrutable de la propuesta.
Por Victoria Leven
@LevenVictoria