Un universo plástico y superficial
El mundo femenino que pinta esta comedia de venganza hacia un marido infiel no logra apartarse de una visión más preocupada por la superficie que por la esencia de los personajes. Y todo se diluye en una serie de gags ya demasiado trillados.
Una de las características principales de la Nueva Comedia Americana es la ausencia casi absoluta de universos femeninos, marginando a las mujeres a roles secundarios y generalmente funcionales al lucimiento de la muchachada protagónica antes que a un desarrollo propio. La ecuanimidad genérica es, entonces, una deuda pendiente. Pero la escasez no impide el hallazgo de una serie de patrones constitutivos comunes en las contadas excepciones. De esta forma se verá que ellas suelen ser retratadas como cultoras del trabajo mancomunado en pos de un objetivo macro. Basta recordar a las porristas de Dulces y peligrosas enlazando esfuerzos para robar un banco, a las amigotas –y no tanto– de Damas en guerra haciendo lo propio para celebrar el casamiento de una de ellas, o a las coreutas de la poco vista Ritmo perfecto aceptando debilidades y fortalezas para ganar el concurso de canto. ¡Mujeres al ataque! podría encuadrarse en esa tendencia, con las tres protagonistas conscientes de su meta común y un voluntarismo inquebrantable para alcanzarla. Pero hasta ahí llegan las similitudes, ya que lo demás es un somero refrito de momentos más o menos logrados, pero siempre ya vistos, de distintos exponentes del género, todo circunscripto a un universo tan plástico y ajeno al espectador que imposibilita cualquier atisbo de empatía. Y sin empatía, se sabe, no hay comedia que funcione.
Lo más cercano a una mujer de carne y hueso en ¡Mujeres al ataque! es Kate (Leslie Mann), devotísima esposa de Mark (Nikolaj Coster-Waldau, el Jaime Lannister de Game of Thrones) y compradora compulsiva de sus chamuyos, todos y cada uno de ellos escupidos con el fin de encamarse con cuanta mujer se le cruce. Lo que el tipo –un energúmeno sin un ápice de no serlo, según lo muestra el film– seguramente no esperaba era que Kate conociera a una de ellas, Carly (Cameron Diaz). Pasada la sorpresa inicial, y con ella la posibilidad de analizar con más profundidad la frustración ante un mundo emocional a punto de descuajeringarse, el film de Nick Cassavetes (un tipo capaz de pasar del caramelo de Diario de una pasión a la violencia de Alphadog y de allí a las lágrimas de La decisión más difícil) seguirá durante la primera mitad la progresión vincular entre ambas, y en la segunda la construcción de la venganza contra el semental. Venganza a la que también se sumará Amber, un camionazo cuyo laconismo permite inducir que las bondades de la actriz Kate Upton difícilmente trasciendan lo físico.
El personaje de Upton es síntoma de una película demasiado preocupada por la superficie y la fórmula antes que por el núcleo humanista de sus criaturas. Más aún si ellas se desenvuelven en un universo plástico demasiado alejado del urbanismo coloquial de la NCA y demarcado por los límites de la corrección y el apego al ideario sociocultural imperante (ver la coda final). Por si fuera poco, los padecimientos perpetrados al infiel son de manual (diuréticos, hormonas femeninas, etcétera). Lo que no sería necesariamente negativo, siempre y cuando se esté a la altura de las circunstancias. Porque para chistes con pedos, mejor rever –y escuchar y sentir– los de Jeff Daniels en Tonto y Retonto, cuya secuela ya está en marcha y se estrenará a mediados de noviembre. Paciencia.