Patchwork subversivo.
En un apacible bosque de cuento de hadas, donde la luz del sol encandila y la música empalaga, Catherine Denueve se desliza vestida con un jogging rojo y ruleros mientras conversa con los animalitos que encuentra en su camino. Más tarde, Gerard Depardieu agita toda su humanidad sobre una pista de baile, probando suerte con unos tímidos pasitos al ritmo de la música pop light. François Ozon revienta los clisés, el kitsch inunda la película de punta a punta y desafía a los grandes nombres del elenco. El director explota al extremo su vena paródica y sofisticada, sus manías fetichistas son evidentes en el uso de los colores y en el decorado. Las tribulaciones de la protagonista provocan vaivenes inesperados, vértigos temporales y flashbacks que desorientan. Ozon utiliza todos los artificios manteniendo al mismo tiempo la coherencia del conjunto. Mujeres al poder es una comedia delirante, sin tiempos muertos y con todos los ingredientes del vodevil: un marido voluble, una mujer anulada y el habitual intercambio de roles, con puertas que se abren para unos y se cierran en la cara de los otros.
Catherine Deneuve es Suzanne Pujol, una obediente señora de su casa que escribe poemas simplones, hace bordados y supervisa los quehaceres domésticos bajo el acoso permanente de su marido, Robert Pujol, el director de una fábrica paraguas. El cuadro familiar se completa con un hijo progresista y artista en potencia y una hija reaccionaria con un look a lo Farrah Fawcett exacerbado. Ozon coloca a Suzanne en primer lugar como el objeto decorativo e inexpresivo del título original. La acción se desarrolla en 1977 y comienza cuando una huelga de los obreros pone en riesgo la autoridad del dueño despótico, y entonces su mujer se ve obligada a sustituirlo. Un florero reemplaza al otro. El trueque de la confrontación entre Suzanne y Robert es endiabladamente eficaz. Los Pujol se baten en una guerra sin cuartel, cuya dimensión cómica encubre la violencia latente. Bajo el atuendo de una comedia lúdica y brillante, la película ofrece una mirada singularmente aguda sobre nuestro tiempo. El director no evita ningún tema: la transmisión generacional, la mujer que entrega su libertad por el trabajo o la humanización de la empresa por una gestión femenina. El telón de fondo está perfectamente aceitado con los diálogos amargos e ingeniosos, los contrapuntos crueles y un discurso socio político pertinente tanto para finales de los setenta como para la actualidad. Pero en el cine de Ozon no hay lugar para pesados mensajes ni palabrerío inútil, el motor de la película es la acción y el discurso está adherido a la piel de los personajes.
La reconstitución de la pareja Deneuve-Depardieu permite una serie de acrobacias, momentos de romance y comedia musical. El guión hace de la burguesa y el dirigente comunista antiguos amantes. Su idilio de otra época es relatado mediante un flashback con jóvenes protagonistas que no se asemejan de ningún modo a los Deneuve y Depardieu de El último subte. Los falsos recuerdos se chocan con las puestas en escena de antaño y la figura de la protagonista se agiganta. Suzanne es un remolino que lleva adelante la farsa del clan Pujol, cada vez que cruza victoriosamente una prueba social o familiar se va despojando de la ingenuidad a la que fue confinada al principio de la película y se convierte poco a poco en una reina madre llena de sabiduría. La metamorfosis de Suzanne reafirma la vigencia de Catherine Deneuve como una comediante de primer nivel. La estrella del pasado es una actriz de puro presente. Ozon la ubica en un tiempo abstracto. Suzanne va a cambiar las cosas en el pasado, modificando la mentalidad y la percepción de la mujer en una sociedad aún patriarcal. El punto de encuentro entre una actriz atemporal y su personaje hace de Mujeres al poder no sólo una comedia atenta a su tiempo, sino también un sublime manifiesto feminista.