Dejar de ser costilla
Adaptación de una obra teatral que exalta la igualdad de géneros. Con Catherine Deneuve.
La principal constante en la filmografía de François Ozon parece ser, a esta altura, la falta de constantes. La versatilidad del realizador francés: su eclecticismo. Director de películas como Bajo la arena , La piscina , Vida en pareja , Tiempo de vivir , Ricky o El refugio , Ozon vuelve, en Mujeres al poder , a la adaptación de una pieza teatral. Sus experiencias anteriores eran Gotas que caen sobre rocas calientes , de Fassbinder, y el musical 8 mujeres : otra prueba de amplitud estilística, más allá de géneros y estéticas.
Catherine Deneuve, una de las estrellas de 8 mujeres , es la figura central de Mujeres al poder . No hablamos, desde luego, de una debutante en comedias: sí de una actriz que hizo culto de su enigmática distancia. Grata rareza verla en papeles como el de Suzanne: ama de casa de la alta burguesía, cándida, conformista, cómica o patética en su rol decorativo. Una señora atrapada en una cárcel de tareas domésticas, maternales y “artísticas” (cercanas a la laborterapia). El pasaje de la ¿resignada? pasividad a la disputa por el poder será el centro de esta farsa/fábula social. Un juego humorístico, lleno de confrontaciones de género, de clase y hasta de ideologías.
La historia está ambientada en 1977 y respeta, sobre todo al principio, su origen de teatro de boulevard , estilo tradicional francés de comedia. Suzanne se mueve en un mundo kitsch; su marido (Fabrice Luchini), en uno paródico. El maneja la fábrica de paraguas que heredó de su suegro, tiene a su secretaria como amante y se opone, con mano de hierro aunque también con bastante histeria, a los reclamos de los obreros de la empresa, quienes, en algún momento, lo toman cautivo.
Ante esta situación, Suzanne pasa bruscamente a ser activa: a ser, por fin, sujeto. Se acerca a un viejo amor, un político comunista interpretado por Gérard Depardieu, y con su ayuda toma el control -de un modo más “humano”- de la empresa familiar. El cuadro se completa con una hija de derecha, a punto de separarse, y un hijo más cercano a la izquierda, feliz con su nueva pareja, ignorando que podría tratarse de una relación incestuosa. Circunstancias que, subraya Ozon, pueden cambiar de un momento a otro...
En síntesis: el realizador hace un tratamiento dinámico y leve, deliberadamente naif, de temas “serios”. Juega con estereotipos, clichés y correcciones políticas. Le hace decir a Suzanne, ornamentada de joyas, rumbo a una asamblea: “Los obreros no lo van a tomar a mal. Gracias a ellos me compré todo”. El personaje de Depardieu estará a su lado. Pero no siempre. Porque el poder, también para las mujeres, está plagado de tensiones, soledades y traiciones