Víctimas de una doble discriminación
Que el fútbol es cosa de hombres es algo discutible, pero al mismo tiempo difícil de discutir. Particularmente en un país como el nuestro, donde atávicos mandatos patriarcales y machistas siguen imperando a pesar de los cambios sociales de las últimas décadas. Y en el que a un hombre al cual no le gusta o interesa el fútbol se lo mira con algo de sospecha, casi igual que a una mujer dispuesta a conversar sobre los asuntos del balompié en pie de igualdad. Y ni hablar de una fémina que lo practique como deporte. En Mujeres con pelotas, el documental del argentino Gabriel Balanovsky y la estadounidense Ginger Gentile, se discute y mucho sobre esas y otras cuestiones: del fútbol como pasión, como práctica deportiva, como lugar de inclusión y contención, como ámbito donde darle batalla a los prejuicios y estereotipos de género. Tal vez lo más valioso del film sean, precisamente, sus claras intenciones por darle visibilidad a algo tan cercano pero que, sin embargo, permanece oculto, casi invisible para una mayoría.
Si bien Mujeres con pelotas (evidente y localista juego de palabras que tiene una profunda razón de ser) recorre diferentes ámbitos, estratos sociales y estructuras deportivas, el corazón del film parece descansar en el equipo de la Villa 31 de Retiro, Las aliadas, a quienes la cámara y el montaje vuelven una y otra vez. Tal vez porque esas jugadoras amateurs son víctimas de una doble discriminación: además de patear la pelota incansablemente las chicas son villeras. En la descripción de su esfuerzo, tesón y esperanza, acompañadas por la obcecada pasión de su entrenadora, Mónica Santino –tal vez el mayor referente del fútbol femenino en el país, a su vez una de las protagonistas hace más de diez años de otro documental, Lesbianas de Buenos Aires, de Santiago García–, la película encuentra un núcleo desde el cual abrirse hacia otras historias y experiencias. Desfilan así futbolistas de los escasos equipos semiprofesionales del país (Boca, Estudiantes de La Plata), la dueña de una escuela de fútbol llamada A lo femenino, dirigentes deportivos y periodistas especializados como Víctor Hugo Morales y Gastón Recondo.
Es una verdadera pena que los realizadores no hayan encontrado un soporte formal interesante sobre el cual construir el relato: Mujeres con pelotas se parece demasiado a un extenso informe televisivo. Lo de extenso no es precisamente un defecto, más bien todo lo contrario: difícilmente un programa de tevé disfrute de 75 minutos para profundizar sobre un tema. Pero el estandarizado formato de entrevistas a cámara alternado con fragmentos ilustrativos le juega en contra, achatando los logros del trabajo de investigación y seguimiento. Quedan en la memoria las historias de vida, la improbabilidad de una profesionalización del fútbol femenino en el futuro inmediato, el deseo de Mónica Santino de crear el primer club exclusivamente femenino, la alegría de un viaje al extranjero para competir en un torneo de fútbol “social”. Y, por cierto, la estupidez al desnudo de algunos prejuicios, como la canonización de la jugadora de fútbol como marimacho, en palabras textuales de uno de los entrevistados. Aunque, al respecto, cabría preguntarles a los realizadores si decidieron omitir la condición de lesbiana de Santino porque no tenía ninguna relevancia en el contexto del film o bien por miedo a contribuir indirectamente con la continuidad de ese estereotipo.