Doble trabajo
La sal de la tierra de Herbert Biberman, una verdadera rareza en la historia del cine norteamericano, descubría en 1954 la huelga organizada por mineros de origen mexicano a la compañía estadounidense Delaware Zinc. El panorama parece ser, en un principio, el de un reclamo típico por condiciones desfavorables de trabajo. Inesperadamente las esposas de los mineros se resisten a quedarse en la casa sin tomar parte de la protesta. Inician un piquete paralelo con sus propios reclamos, algo como una huelga dentro de otra sin apoyo ni consentimiento de sus maridos.
Sesenta años después la situación no dista mucho del documental de Ginger Gentile y Daniel Balanovsky sobre las chicas que, así sea profesional o recreativamente, intentan jugar fútbol. Una buena parte de Mujeres con pelotas se basa en la invisibilización que sufren a la hora de intentar ocupar la cancha. Como las esposas de los mineros, las mujeres que acceden al deporte a través de planes sociales deben sortear esta doble discriminación; la de una invariable exclusión de la sociedad y la de los propios hombres de su entorno, que no advierten sus presencias ni respetan su derecho al juego. Si una película con las mismas características se basara en el entrenamiento de varones se centraría en esta misma emergencia social pero sobre todo en las proezas, destrezas y habilidades del más hermoso de los deportes.
De más está decir que la tarea de las chicas va más allá de jugar a la pelota. Se trata de vencer ese cúmulo de prejuicios e impedimentos reales que hacen que les sea difícil de desarrollar la actividad que les ha sido negada por años, incluso en un país con una extraordinaria tradición futbolística.
Mujeres con pelotas está hecha con los materiales del fútbol femenino; con pasión, habilidad y escasos recursos. Su mayor fuerza expresiva radica en los testimonios de las jugadoras, en las canciones de Ramiro Gutiérrez y Kumbia Queers que estallan en los momentos felices y en la inconfundible lucidez de Mónica Santino, entrenadora de “Las Aliadas” de la villa 31 y estrella hace diez años de Lesbianas de Buenos Aires de Santiago García.
Cuando las protagonistas no aparecen en cámara se superponen testimonios de periodistas deportivos reconocidos por su labor en televisión. Aquí el montaje se evidencia a través de la contraposición de opiniones y el documental pierde fuerza, por lo maniqueo del procedimiento y porque los comentarios –más allá del aval de los periodistas– resultan bastante corrientes. (Hubiera sido interesante aprovechar más a Mónica Santino o convocar a un gran especialista en Filosofía del deporte como Claudio Tamburrini)
Pero la mayor contradicción en la que incurre la película es la de incluir solo voces masculinas como aval, como si la actividad se confirmara a partir de ese reconocimiento.Sí resulta atractivo recabar los prejuicios positivos y negativos que evidencia este muestrario de opiniones. Algunos, más optimistas, aseguran que el futuro del fútbol es femenino. Otros se sorprenden de la habilidad y capacidad del juego de las chicas. Otros, en el más penoso de los casos, ni siquiera las ven.