Luego de cosechar numerosos premios y reconocimientos internacionales, se estrenó finalmente en Buenos Aires un documental realizado en 2014 por Malena Bystrowicz y Loreley Unamuno, a partir de los testimonios de las mineras Lucía Armijo, Domitila Barrios de Chungara y Francisca González Santos, en Cerro Rico, Potosí, Bolivia. Completan sus decires, la participación de Eduardo Galeano, que cuenta su experiencia en vivo acompañando a los mineros y mineras en las huelgas de finales de los 60.
Mujeres en la mina, es un proyecto visual que nos merecemos mirar. Riquísimo el material que se muestra, vibrante en toda la tensión de esas historias de vida, que replican el desplazamiento de tantos cientos de milesen nuestro continente a través de los relatos de estas mujeres que han logrado plantarse, desde los márgenes de la historia, desde el atrás del lenguaje hegemónico y de la cultura central, de la alfabetización, para contar una historia silenciada, común, que viene al presente como un abrazo de esperanza.
Los datos fácticos dicen que la mina de Potosí comienza a funcionar en 1545. Galeano explica, porque lo sabe largamente, fruto de su investigación para escribir ese gran monumento a la vergüenza de la modernidad occidental que es Las venas abiertas de América Latina, que los europeos deberían arrodillarse frente al cerro, porque propició la acumulación de capital (mano de obra gratis esclavizada hasta morir + extraccionismo del recurso metálico) que posibilitó el mundo mercantil.
Y hay que decir que 1545 no fue cualquier año. Tan fuerte y significativo fue el descubrimiento de estas minas para el futuro de Europa, tan fuerte la necesidad de la contrarreforma que garantice un universo simbólico religioso disciplinador de cualquier disidencia cultural, que ese mismo año se realiza la apertura del Concilio de Trento. Tan de la mano van la moneda y la hostia y tan molecular pareciera el poder que construyeron. Tan agobiante es la imagen de ese cerro que tiene en la iconografía barroca a su Virgen del Cerro, con su rey y su pontífice, que casi casi podríamos decir que ese 1545 es el comienzo del recurso global a las imágenes que vivimos hoy.
El repositorio que logra hacer visible esta película, con fotos antiguas y nuevas, con signos de las pequeñas historias y cotidianeidades y de las grandes gestas, es importantísimo al punto de convertir todo el documental en un documento, un testigo que nos mira mirar. En los ojos de esas mujeres, con una potencia de género que desmarca el #niunamenos hacia nuevas líneas de fuga. Galeano, también es el que explica, que Potosí es una historia de viudas. Porque la tradición dice que las mujeres siempre dieron mala suerte en las minas. Y no se las dejó entrar. Y escaparon de la silicosis y la locura, y pudieron vivir, y luchar, más que los machos que inventaron ese tabú de la mujer como fuente de desgracias.
Y allí están ellas tres, con sus diminituvos, su estito y aquello, su cuerpo protegido en muchas polleras y lanas, sus manos rudas, partiendo piedras, como mineras menores, mineras de las resacas, que hicieron la historia junto a los hombres, la interna y la externa, la doméstica y la pública. Cuerpos que resisten el rebote del golpe que le propinan a la piedra para encontrar la veta, una y otra vez, en la oquedad de un mundo injusto y destructor, mediático y torpe, para resurgir en la pantalla de este documental que bien merece todos los premios que podamos darle.
Sigue en el INCAA Gaumont, e ir a verla y recomendarla es apoyar la lucha de estas mujeres por escribir otra historia.
https://mujeresdelamina.wordpress.com/