PALABRA DE MUJER
No deja de ser raro, pero el mayor problema de Mujeres de la mina viene de un lugar un tanto inesperado y se llama Eduardo Galeano. No es que el fallecido escritor diga cosas inoportunas ni que tampoco sepa narrar distintos acontecimientos -todo lo contrario-, pero lo cierto es que es un hombre. Un hombre que desde la entrevista se convierte en portador y transmisor de instancias claves en historias protagonizadas por mujeres, cuando deberían ser ellas mismas las que lleven adelante por completo la narración.
De hecho, durante buena parte de su escaso metraje -dura apenas algo más de una hora-, el film de Malena Bystrowicz y Loreley Unamuno realiza la pertinente elección de hacer foco exclusivamente en tres mujeres que viven y trabajan en las minas del Cerro Rico de Potosí, símbolo emblemático de lo que ha sido el saqueo colonial durante siglos en tierras bolivianas. Deja entonces que sean ellas las que lleven adelante las acciones y se cuenten a sí mismas. En unas cuentas instancias, Mujeres de la mina adquiere características de documental de pura observación, permitiendo hasta que las mujeres hablen sin siquiera traducirlas, porque ya con los tonos de la voz y los gestos es más que suficiente. Allí es donde la película alcanza mayor interés y solidez, porque son los cuerpos, los cuerpos femeninos, los que impulsan las diversas narraciones puestas en juego.
Pero Mujeres de la mina parece necesitar cierta legitimación estética y temática, lo cual explica en buena medida la aparición de Galeano -ya lo dijimos antes: un hombre hablando sobre mujeres- explicando determinadas variables del conflicto minero y el rol jugado por las mujeres en circunstancias decisivas, como la caída de la dictadura de Hugo Banzer. Es entonces que el documental parece desviarse de su camino original, intentando ser un retrato no sólo de la vida de las mujeres en las minas, sino también un fresco sobre la actividad minera en general y las luchas obreras en un país como Bolivia, donde los sectores dominantes accionan de manera brutal y despiadada. Esa ambición paradójicamente le resta impacto a la película, que despliega varias puntas de análisis y termina entrando en una improductiva dispersión.
A pesar de su muy buen trabajo de montaje -particularmente con las imágenes y fotografía de archivo-, Mujeres de la mina sustenta sus mayores virtudes en la observación y la escucha de las tres mujeres protagonistas, que desde sus palabras pero también sus silencios demuestran tener mucho para contar.