Campesina, pero de Nashville
Por estos días, en términos cinematográficos, es como si Buenos Aires hubiese firmado un acuerdo de ciudades hermanas con Memphis y Nashville. Específicamente, nos referimos al reciente estreno de El último Elvis, de Armando Bo (ver crítica y entrevista), y ahora la premiere, exclusivamente en el Cosmos UBA, de la última película de Alberto Fuguet, Música campesina (Country Music), cuya acción se desarrolla en Memphis, la clase de ciudad real / imaginaria que tanto abunda en el cine.
Filmada en tan sólo seis días como parte de un proyecto de Estudios Latinoamericanos de la Vanderbilt University, en la cual Fuguet dictó clases magistrales sobre literatura hispánica, Música campesina, desde donde se la mire, es un film notable sobre el desarraigo, la melancolía, el arduo proceso de asimilación e integración a una cultura foránea, y finalmente el darse cuenta de quién es uno realmente, de dónde viene y hacia dónde se dirige. Con un presupuesto irrisorio, casi inexistente, Música campesina es un auténtico film indie que describe con humor y agudeza el territorio habitado por Alejandro Tazo, un turista chileno que aterriza -no se sabe muy bien por qué- en Nashville.
Al igual que la aclamada y pionera película de Robert Rodríguez El mariachi (1992), Música campesina también concentra su mirada en un personaje y su devenir en un lugar ajeno en el medio de la nada; un lugar que podría ser cualquier parte siempre y cuando se cumplan ciertos requisitos narrativos.
Tazo, notablemente interpretado por el actor Pablo Cerda, no es un lobo solitario ni un enigmático visitante. Tazo cae en Nashville luego de visitar la costa oeste de Estados Unidos, supuestamente atraído por la country music del título, pero en realidad ese estilo musical le es completamente indiferente. Lo que sí despierta la curiosidad de Tazo y un desconocido sentido de extrañamiento ante un paisaje urbano y humano es el saberse libre de desplazarse sin rumbo ni propósito, tratando de comunicarse en su media lengua porque no maneja muy bien el inglés.
Fuguet no pierde tiempo en tediosas explicaciones sobre el pasado de Tazo ni sus motivaciones específicas, simplemente sigue su divagar, el físico y el espiritual, en una especie de viaje iniciático en el cual Nashville, por supuesto, es simplemente una excusa. Podría tratarse de cualquier otra ciudad, y la búsqueda sería la misma.
Sabemos que los planes de Tazo son a corto plazo: hasta dónde le alcance el dinero, que no es mucho, o hasta que pueda mantenerse con algún trabajito temporario. Al comienzo, Tazo transita por no lugares, o sea, impersonales lobbies y corredores de hoteluchos; habitaciones una igual a la otra, y varios recorridos por los inevitables atractivos turísticos de Nashville. Tazo siente la necesidad de vagar sin rumbo fijo, pero no se trata de la necesidad normalmente asociada con la angustia existencial. Tazo observa y lo escudriña todo atentamente, al igual que la cámara de Fuguet, íntima pero nunca más allá de los límites implícitos del protagonista.
Uno de los principales logros de Fuguet y de su Música campesina, precisamente, es el modo en que se aproxima al deambular de Tazo, mostrando sus encuentros casuales con extraños de manera descriptiva pero sin ninguna obscena intromisión. En otros casos, pero no en el de Fuguet, este tipo de narrativa sería probablemente descripto como una sucesión de viñetas, de postales sobre la vida cotidiana. Pero Música campesina es otra cosa porque la transición entre una y otra escena fluye con tanta naturalidad que no hay episodios que puedan identificarse como individuales o autónomos. Se trata de un todo abarcador, aparentemente simple pero en realidad extremadamente complejo, o al menos es lo que Fuguet transmite.
Con una narrativa exquisitamente despojada, Música campesina, que dura 100 minutos, un poco más que los clásicos y cuasi-obligatorios 90 minutos del estándar, se desliza con notable fluidez. El film de Fuguet no produce jamás la sensación de extenderse en demasía o de detenerse innecesariamente en ciertos detalles. Así, bien podría decirse que Música campesina es un brillante ejemplo de compresión narrativa, ya que se explaya sin detenerse en innecesarios regodeos explicativos, ni concluye en medias res, ya que el relato está tan bien articulado que nada queda sin decir a pesar de que en el film no abunda la verborragia.
Lo que Fuguet tenía bien claro al comenzar el rodaje – a pesar de contar sólo con el comienzo y el final de la película – es que los hechos debían ser espontáneos y filmados en tono naturalista. El Tazo de Fuguet, al igual que el personaje de El mariachi, arrastra pocas posesiones materiales consigo, pero lleva siempre la guitarra al hombro.
Visualmente, es como si deambulara al compás del instrumento, a pesar de que Música campesina cuenta con una atrapante banda sonora, brevemente interrumpida por un tema romántico del actor devenido estrella pop Leonardo Favio (y un magistral director de cine, por supuesto). Sabia elección la de Fuguet, porque resume, en unos pocos segundos, la naturaleza y el mensaje de su film. Al igual que la canción de Favio, Música campesina no es un lamento, sino un estudio contemplativo sobre el devenir de la vida.
En síntesis, el actor Pablo Cerda se mete bajo la piel de Alejandro Tazo, el extraño de paso por una ciudad ajena y una geografía distante; un ser humano que despierta con una mezcla de comodidad y sorpresa, que se trenza en desigual combate con su insuficiente manejo de una lengua extranjera, y que a pesar de todas las desventajas termina ayudando a los demás, y a sí mismo, a comprender mejor la vida, en cualquier lugar, bajo cualquier circunstancia.