En un trabajo que podría calificarse como costumbrista, pero al mismo tiempo se escapa de muchas de las lógicas de esta tendencia artística, “Música para casarse” (2018) tiene muchos elementos que logran empatizar con una buena parte de los espectadores, ya sea para lograr que se sientan identificados, atraídos o se familiaricen con el universo que propone. Se trata de una historia muy humana, sin grandes pretensiones, que utiliza bien sus recursos y es natural en la historia que cuenta.
Guillermina (María Soldi) se casa y su hermano Pedro (Diego Vegezzi) debe volver a su pueblo natal – Vera, Santa Fé – para cantar en la boda junto con Pablo (Mariano Saborido), su mejor amigo y ocasional compañero de cuarto en Buenos Aires. La química y el contraste de los dos amigos es uno de los puntos fuertes de la película, mientras Pedro es retraído e inseguro, Pablo compensa todas sus debilidades e intenta ayudarlo a sobrellevar mejor todos los conflictos que tiene con este importante cambio en la vida de su hermana.
Porque el film habla indirectamente de muchas cuestiones, sin salir del eje que está puesto sobre el casamiento, el regreso al pueblo y el reencuentro familiar. Entre otras cosas que toca, habla de la vida que dejó el protagonista en Vera, con todo lo que implica crecer, los celos familiares, las anécdotas del pasado que atormentan su vida, la timidez de enfrentar sus deseos, y también, los personajes típicos de pueblo, las antiguas rivalidades y las que se generaron, los chismes y la sensación de vivir en un gran hermano sin cámaras.
Todo, en tono de comedia que mide perfectamente la precisión de sus chistes, no intenta exagerar sus recursos y se mantiene en el molde para potenciar la credibilidad de los hechos. Esto hace de “Música para casarse”, una historia honesta, tierna y adorable, muestra que las relaciones tienen muchos matices y además, el film se escapa de lo “normativo”, algo que suele suceder con el famoso costumbrismo.
En esto es clave la dirección de actores y el trabajo de los actores en general, que logra brindarle credibilidad al relato y de lo que se ve en pantalla. No hay grandes personajes secundarios que se coman la pantalla o busquen dar un impacto efectista, se trata de un universo bien armado en el cual cada parte cumple su función y tiene un rol en la historia.
Esto la diferencia de muchas comedias, ya que no pretende juzgar la manera de ser del protagonista, ni el universo que transitan (teléfono para “El ciudadano ilustre”), ni tampoco busca el chiste fácil que por momento insinúa pero lo resuelve de manera más insólita, como en la fallida despedida de solteros.
Una tierna comedia para ver que la vida puede seguir igual, a pesar de todos los cambios que nos atraviesan.