Las cinco vírgenes
Es un alegato feminista que cuenta con pericia las tensiones entre secularidad y religión en Turquía.
Turquía también tuvo su “Ni una menos”. En febrero de 2015, el asesinato de la estudiante Özgecan Aslan en un intento de violación provocó movilizaciones en todo el país: bajo el reclamo de justicia para ese crimen, subyacía la postergada exigencia de igualdad de derechos para las mujeres. La opera prima de Deniz Gamze Ergüven, escrita y filmada antes de ese episodio, capta esa demanda feminista que flotaba en el aire y la lleva a la pantalla con una historia emparentada con La casa de Bernarda Alba, de García Lorca, y Las vírgenes suicidas, de Sofia Coppola.
En un pueblo a orillas del Mar Negro, cinco hermanas huérfanas -todo está narrado desde el punto de vista de Lale, la menor- disfrutan de las travesuras propias de esa edad entre la pubertad y la adolescencia. Esa vida alegre y despreocupada cambia drásticamente cuando uno de sus juegos es interpretado como inmoral: el hogar, regenteado por su abuela y un tío, se convierte casi literalmente en una prisión y, una a una, ellas pasan a ser mercancía ofrecida al mejor postor en matrimonios arreglados. Es una historia dramática, con ribetes trágicos, pero Gamze Ergüven tiene la habilidad de contarla con cierta liviandad y una dosis de humor, algo que la mantiene a salvo de convertirse en uno de esos culebrones turcos que infestaron la televisión argentina.
La película refleja con pericia la particular situación geopolítica y cultural de un país que es una suerte de frontera entre Occidente y Oriente, entre Europa y Asia. Y expone la tensión existente en Turquía entre la secularidad occidental, más propia de las grandes ciudades, y la férrea moralidad musulmana, que se impone en las zonas rurales. A través de las peripecias de estas cinco potrancas -Mustang no alude a un automóvil, sino a los caballos salvajes norteamericanos- que tratan de recuperar su libertad, no sólo se cuestiona el machismo y el lugar de la mujer en la sociedad turca; también se desnuda la hipocresía religiosa. Que no es privativa del Islam: los guardianes de la moral y las buenas costumbres suelen ser los primeros en estar obsesionados con esa sexualidad que condenan.