Mustang

Crítica de Rodolfo Bella - La Capital

“La casa se transformó en una fábrica de esposas”, dice la menor de las cinco hermanas que protagonizan “Mustang, belleza salvaje”. La frase marca un giro de 180 grados en la vida de cinco chicas de un pequeño pueblo y sucede a una escena en el Mar Negro en la que ellas juegan con un grupo de varones y otras amigas después del colegio. Eso genera un gran escándalo y las hermanas son obligadas a dejar la escuela, recluidas en un caserón que se llena gradualmente de rejas, y privadas del teléfono y las computadoras, para comenzar el proceso acelerado de transformarse en mujeres casadas. Con ese objetivo, la virginidad es una cuestión sagrada, la sensualidad es reprimida hasta convertirse en una obsesión a explorar o un partido de fútbol -en una de las escenas que aportan humor al filme- puede llegar a dejar sin luz a todo el pueblo. Según recordó la directora turco-francesa Denis Gamze Ergüven en notas previas al estreno, esa primera escena es un recuerdo de su infancia y refleja el conflicto entre una familia conservadora, como la que ella misma confesó tener, y las aspiraciones de sus personajes de llevar una vida diferente a la de los adultos. (“Nos van a despellejar vivas”, le dice una a otra cuando le propone romper las reglas. “Al menos va a pasar algo”, le responde su hermana). La película, nominada al Oscar y ganadora en Cannes, en los Premios del Cine Europeo y en el Festival de Hamburgo, entre otros, evoca con ecuanimidad, casi sin tomar partido, las razones de cada bando, el de la abuela sobreprotectora y un tío autoritario, y el de la generación más joven que no encuentra la forma de compatibilizar las buenas intenciones de su familia con su creciente infelicidad.