EL COMIENZO DEL FIN DE LA TERCERA GENERACIÓN DEL SHONEN
Los tres grandes animés shonen que terminaron de dar forma al género y popularizarlo a fines de los ‘90 y principios de los 2000 fueron, con algún margen para debatir, Naruto, Bleach y One Piece. A su vez, los tres deben su éxito al gigante Dragon Ball Z que, desde mitad de los ’80, fue preparando el terreno y cristalizando el lenguaje que caracteriza hoy en día a este tipo de obras. Siguiendo esta genealogía, se puede ubicar a My Hero Academia dentro de una tercera generación de shonen que fueron saliendo en la década de los 2010, junto a otros como Demon Slayer, The Seven Deadly Sins o Black Clover. My Hero Academia hereda y transforma alguna de las convenciones tradicionales de animés que llegaron antes, por ejemplo, retoma la figura del protagonista masculino que se vuelve progresivamente más fuerte, superando las pruebas impuestas por los villanos, hasta estar por encima del resto de los personajes (este es el esquema narrativo básico que alimenta la fantasía de poder masculina que funciona como núcleo del género); pero le da un giro al hacer que el poder de Deku no provenga de sí mismo (un talento oculto, una predisposición natural, una especie superior), sino de un fenómeno de unión colectiva, de una acumulación y potenciación progresivas surgidas del vínculo con los demás.
Esto y otras cosas ofrece desde su lanzamiento My Hero Academia para distinguirse de sus predecesoras y capturar al lector/espectador con algo nuevo. Propio de un producto que existe en este nuevo medio que son las plataformas de streaming, el ritmo es mucho más veloz y preciso que los animés de los ‘90, que dependían de los tiempos de la televisión, sus pausas y sus repeticiones incesantes. Asume, por ejemplo, la estructura narrativa del “arco del torneo” (ya tradicional en el género), en el que los personajes se enfrentan en el contexto de este tipo de evento, pero lo lleva adelante con una economía notable, ejecutando los distintos “momentos” que llevan a un desenlace frenético y lleno de adrenalina.
Aunque predecible, esta fórmula tan pulida junto a su mayor dedicación a la hora de trabajar los dramas de los personajes es lo que llevó a My Hero Academia a tener éxito tanto en la pequeña pantalla como en la gran pantalla. Las dos películas que preceden a esta tercera cumplían con el objetivo (compartido por otras adaptaciones de este tipo de series de animé), de funcionar como una extensión en el cine del espíritu de la obra original. La pregunta muchas veces es si los realizadores pueden sostener un evento que se corresponda con las dimensiones del cine y que se sienta fresco y no demasiado repetitivo. Se puede caer en el problema de adaptaciones como Demon Slayer: El tren infinito, en donde resulta redundante ver algo que ya se ha relatado o que se volverá a relatar en el formato serie.
Un error distinto comete My Hero Academia: Misión mundial de héroes. Es repetitiva, sí, pero no porque cuente algo que ya sabemos sino porque narra sin inspiración. La fórmula se encuentra a esta altura un poco agotada, y con el manga original aproximándose ya a su conclusión, su universo no posee el potencial de innovación con el que contaba cuando salieron las primeras dos películas. Esta tercera se siente como hecha por compromiso: los “momentos” que el espectador puede esperar de la saga están allí pero yuxtapuestos, sin un tono que les dé cohesión, sin un misterio que dosifique las emociones del espectador o dirija su atención. Para una serie que siempre apuesta todo a un ritmo kinético y emocional que va en crescendo, aumentando su velocidad en dirección a un final explosivo, la ausencia de este componente de entusiasmo que haga del viaje algo disfrutable resulta fatal. El desenlace está allí, en esa magnitud a la que My Hero Academia nos tiene acostumbrados, pero el trayecto para llegar a ese lugar se siente como un trámite que hay que sacarse de encima.