Nace una estrella, y otra comienza a apagarse. ¿Una pareja puede sobrevivir a eso sin pagar el precio siempre alto de la fama, y las presiones omnipresentes de una industria despiadada que antepone ese éxito a todo? Ya sabemos la respuesta. La vimos en otras tres ocasiones, el tema es como se cuenta, como se pone piel y huesos, alma y latidos furibundos, verdad y dolores profundos a ese cuento que nunca muere. Y porque Bradley Cooper para debutar como director tomo muchas decisiones inteligentes como para transformar otra vez en un éxito la anécdota de “Nace una estrella” sin temor a los fantasmas de Judy Garland y especialmente las actuaciones de Bárbara Streissand con Kris Kristofferson. Enumeremos: agiornó la historia a nuestros días, aprovechó la puerta abierta que le dejo Clint Eastwood para dirigirla con todo. Eligió con convicción a Lady Gaga (la primera opción de Clint fue Beyoncé). Escribió hermosas canciones con su co-estrella. Decidió grabarlas en vivo para otorgarles verdad y alma. Entrenó durante meses para lograr esa voz cascada increíble. Se inspiró para su personaje en muchos músicos desde Bono a Lenny Kravitz. Le sumó los elementos psicológicos de la trama que pueden dejar intuir alguna explicación de comportamientos del protagonista. Tener un casting excepcional para todos los roles. Y, por supuesto, el talento y la sensibilidad. Esa mirada al detrás de escena, desde la escena al público, desde la intimidad a la explosión pública. Y por supuesto la química perfecta entre Bradley Cooper y Stefani Joanne Angelina Germanota, en su debut en un protagónico. Y esa historia de amor y tragedia que hace llorar hasta las piedras. El enorme negocio de la música y la fragilidad a flor de piel. Nadie puede jugar a ser indiferente a lo que ocurre en la pantalla, a la emoción verdadera que le esquiva al golpe bajo. (G.M.)