Nuevo abordaje de una historia que tuvo su primer paso en la pantalla en 1937, alcanzando más tarde su pico de excelencia artística en 1954 con la versión protagonizada por la dupla Judy Garland /James Mason, luego su batacazo de taquilla en 1976 con Barbra Streisand / Kris Kristofferson; y ahora dando en el blanco con un notable doble debut: el de Bradley Cooper como director (también coprotagonista del flamante estreno), y el de Lady Gaga en su primer rol estelar para cine, con la mira puesta en una asegurada nominación al Oscar.
Desde tiempos inmemoriales, se ha comprobado la fascinación que ejerce en el público la fórmula del ascenso a la fama y caída al ocaso de toda estrella real o ficticia. Cientos de películas sobre glorias del espectáculo o íconos deportivos, han amasado fortunas en boleterías siguiendo a rajatabla este esquema. Nace una estrella logra desdoblar ese recorrido a través de la ruta inversa que hacen sus protagonistas. Jackson Maine (Bradley Cooper) es un ídolo del country pop en declive, sumido en su adicción al acohol y la cocaína. Ally (Lady Gaga) es una virtuosa cantautora descubierta accidentalmente por Jack, que queda deslumbrado por una performance de la magnética artista en un bar que ofrece shows de drag queens, y pronto la invita a compartir escenario frente a una multitud.
La química entre ambos es inmediata, y la empatía que logra trazar la pareja con el público es cristalina desde el primer momento. Ally ha aparecido para traer una bocanada de aire fresco y motivación al abatido astro. Jack se transforma en el trampolín para que ella salte de moza y cantante vocacional del mencionado bar, a las grandes ligas de los charts y a los mismísimos premios Grammy. Más allá del calculado, y por momentos esquemático guión, los personajes resultan creíbles y queribles; siendo esa la gran conquista de Nace una estrella, versión 2018. La película no necesita narrar a alta velocidad, como lo hace cualquier serie promedio de Netflix. Se toma su tiempo para que Jack y Ally confiesen sus penas, se miren a los ojos, canten canciones completas y vivan en su burbuja de amor; mientras a su alrededor la maquinaria del negocio de la música hace meticulosamente lo suyo.
Cooper - en su cuádruple rol de coprotagonista, director, coproductor y coguionista - explicita que su personaje viene de una paulatina caída en desgracia por eventos que datan de su infancia, pero se asegura de que ni la bajada de línea psicologista, ni el melodrama romántico; se impongan sobre el norte de la música como fuerza absoluta. Y no se trata aquí del canto como experiencia salvadora, sino del imperativo de vibrar en el escenario como pulsión vital. En varios pasajes de la historia, Jack le dice a Ally que será considerada por el público a partir de lo que ella tenga para decir. Y si bien es cierto que tanto las letras de las canciones, como la linealidad del guión no destilan originalidad o sofisticación, esta película logra algo bastante inusual en el Hollywood actual, que consiste en brindar un entretenimiento con cartas de nobleza cinematográfica, durante poco más de un par de horas de cine genuino que elude el desborde lacrimógeno; y que a su vez mantiene la atención del espectador sin derivar en un amontonamiento de subtramas y múltiples personajes secundarios.
En el marco de simplificaciones, tal vez la que más ruido hace es cuando la película subraya más de la cuenta conceptos como qué tipo de expresión musical es más auténtica, cuando Ally se desplaza de sus canciones acústicas al territorio del pop masivo, con cambio de look impuesto y una amenazante parafernalia de producción. Es inevitable trazar aquí un paralelismo en dirección opuesta, entre el personaje que se mueve de un repertorio más orgánico a otro más sintético, y la verdadera Lady Gaga, que mutó de la arenga dance-pop de discos como Born this way, a un registro más intimista en una grabación junto a Tony Bennett, o en su último material de estudio (Joanne), embebido de texturas soft rock con aires de música country.
En tiempos en que cualquier cantante sacrificaría a su madre con tal de conseguir un single exitoso, Ally se muestra tenaz en su lucha por no distorsionar su identidad artística, y más allá de algunos fuertes cruces con Jack; la película no se pierde en los laberintos del ego y el oportunismo. Nace una estrella está lejos de ser una obra maestra, pero es un film disfrutable que consigue elevarse por encima del promedio de la producción de Hollywood, que lleva un largo tiempo deambulando entre la chatura y el cinismo.
A star is born / Estados Unidos / 2018 / 135 minutos / Apta para mayores de 13 años / Dirección: Bradley Cooper / Con: Lady Gaga, Bradley Cooper, Sam Elliott, Andrew Dice Clay, Rafi Gavron.