¿Cómo es que una película como “A Star is Born” llega a tener tres remakes? La respuesta es sencilla, presenta una historia de corte clásico con una temática muy atractiva y cuyos valores o asuntos son de carácter universal. Además, resulta ser un combo infalible y seductor para que vayan descubriendo las nuevas generaciones que no tuvieron acceso a las versiones anteriores. El film original data del año 1937 y tenía a Janet Gaynor y Fredric March como la pareja protagónica. Aquella cinta dista mucho de la actual, ya que los personajes eran actores y el camino que transita el personaje principal hacia el estrellato es en el mundo del espectáculo, buscando un lugar como actriz en Hollywood. Luego en 1954, hubo una adaptación que se acerca un poco más a la actual que presenta a James Mason y a Judy Garland como la dupla actoral y que explota el talento vocal de Garland a lo largo de varias canciones que tienen lugar durante el metraje. Por último, la reinterpretación más cercana a la moderna es la que protagonizan Barbra Streisand y Kris Kristofferson, donde los personajes ya pertenecen al mundo de la industria musical, haciendo que se vincule directamente con la que hoy nos toca ver.
Bradley Cooper hace su debut como realizador en este largometraje que inicialmente iba solo a interpretar, pero cuya dirección iba a caer en Clint Eastwood. Cuando el reconocido director decide dar un paso al costado, Cooper, que ya estaba definido como el protagonista, decide hacerse cargo del film dirigiendo, coproduciendo y participando también en la coescritura junto a Eric Roth (“Forrest Gump”, “The Curious Case of Benjamin Button”). Viendo el resultado final, podemos decir que Cooper da justo en la tecla prácticamente en todos los aspectos. Desde la dirección se nota todo su bagaje como actor, priorizando las actuaciones en términos de manejo de cámara, pero a su vez le sirven como un complemento perfecto para exteriorizar los conflictos internos de los personajes. El papel de Jackson Maine (Cooper), estrella de música consagrada que se encuentra en plena decadencia producto de una vida llena de abusos a las drogas y al alcohol, hace su presentación en la cinta por medio de planos realizados con cámara en mano que sacan a relucir toda esa borrachera que ya es moneda corriente en su vida. Todo lo relacionado a las secuencias musicales representan un triunfo a nivel técnico (ya desde el registro que en muchas ocasiones son grabados en vivo y no en estudio), que demuestran la astucia y pericia del director debutante para relatar los acontecimientos.
Por el lado narrativo, si bien la historia es bastante tradicional y común, la misma está armónicamente balanceada, presentando ciertos aspectos nuevos respecto de sus versiones anteriores que enriquecen al relato. Asimismo, el encuentro entre los protagonistas se da de manera más natural y motivada que en la película original, introduciéndolos tempranamente en el relato para pasar a contar aquella historia de ascenso/descenso de cada personaje y cómo ese vínculo resulta ser lo más trascendental para ambos. Esto da lugar a que Lady Gaga pueda lucirse a nivel musical en las diferentes canciones que le toca cantar, y un poco menos a nivel actoral donde todavía se la nota dubitativa para hacerse cargo del protagónico. No obstante, suele salir bien parada gracias a la enorme química que presenta con su contrapartida, el enorme Bradley Cooper, que seguramente logre obtener una nominación al Oscar por su sentida y desgarradora interpretación de Jackson Maine. Una de las sorpresas que nos brinda el film es el rol secundario de Sam Elliot (“The Big Lebowski”), que siempre tuvo papeles pequeños en los que nunca desentonó como actor, pero, en esta ocasión, su composición del hermano mayor de Jackson Maine le dio la oportunidad de sacar a relucir su talento por medio de momentos dramáticos llenos de matices.
Muchos considerarán a “Nace una Estrella” como un producto convencional y poco creativo, y en parte tendrán mucha razón, pero la película demuestra ser un largometraje excelentemente realizado, con grandes secuencias musicales y una excelsa interpretación de Bradley Cooper. Un drama de proporciones épicas que transita desde la comedia romántica hasta el melodrama con gran pericia sin caer en la exageración o el desvarío tonal.