Nace una estrella

Crítica de Mex Faliero - Fancinema

TODAVÍA UNA CANCIÓN DE AMOR

Más allá de la molesta intensidad de algunos pasajes y de cierto tono grueso en un giro clave de la película, el debut en la dirección de Bradley Cooper es más que promisorio, básicamente porque a partir de Nace una estrella recupera para los espectadores esa noción fundante del cine clásico sobre cómo la simpleza en las formas ayuda a generar emociones cinematográficas más genuinas. Contada infinidad de veces, tanto remake o como inspiración libre, la historia de Nace una estrella es un simple chico conoce chica, hiperbolizado a través del vínculo entre artistas y una mirada sobre cómo el arte nos modifica: un cantante consagrado pero en decadencia (más personal que artística) descubre a una joven intérprete, desconocida pero de enorme talento. La relación será de consejero, pero también sentimental, y al amor continuará la tragedia a partir del comportamiento autodestructivo de él. Lo que hace Cooper con todo esto es simple: no esquivar ni tenerle miedo a los lugares comunes de este tipo de historias, darle el tiempo suficiente a cada escena para que la verdad surja, sostener el conflicto en personajes amables más allá de su dobleces (salvo cierto productor musical un poco ladino que aparece por ahí) y confiar en un elenco mayúsculo, donde sobresalen viejos como Sam Elliot y Andrew Dice Clay, y revelaciones como Lady Gaga.

El trabajo de Cooper en la dirección se hace evidente en decisiones formales puntuales, en cómo usa la cámara en mano para estar bien cerca de los movimientos y la respiración de sus personajes, y convertir cada instancia en una verdadera experiencia. Sobresale en cada recital, sobre el escenario, vibrando con Jack (Cooper) y Ally (Gaga), pero además en los momentos de intimidad que comparten ambos. Cada secuencia se estira lo justo y necesario, atraviesa el arco dramático indispensable para que cada reacción de los personajes esté justificada. Hay dos momentos hermosos que hablan de esa precisión dramática de la película: cuando Jack y Ally, con la mano rota, charlan en la calle y comparten canciones que todavía no han sido compuestas, y están a la espera de esa experiencia de vida que las termine de decodificar y darles un sentido; o cuando Jack y su hermano Bobby (Elliot) se reconcilian y se confiesan y se demuestran un amor tan fraternal como incómodo. Es en esos pasajes, cuando el componente humano mejora la perfecta maquinaria del melodrama, que Nace una estrella se vuelve emotiva y real en su forma de exponer el amor y lo deseos de sus criaturas.

Como actor, Cooper es una estrella más contemporánea que clásica. Su Jack es un personaje creado a partir de cierta noción metódica, y no tanto desde el minimalismo dramático de intérpretes clásico como Jeff Bridges o Kevin Costner, por poner dos ejemplos. Sin embargo, como director, el protagonista de ¿Qué pasó ayer? parece haber aprehendido mucho de los directores con los que ha trabajado: Nace una estrella iba a ser dirigida por Clint Eastwood, y la película tiene mucho del clasicismo reposado del director de Los imperdonables. Pero el entorno familiar de Ally se parece a la forma en que David O. Russell retrata a sus clases medias y obreras.

Sin embargo, Cooper sabe que Nace una estrella es un poco un cuento de hadas (es interesante la forma en que Ally se integra a la vida de Jack, en primera instancia como cumpliendo un sueño y con absoluta ingenuidad) pero también una historia de amor tan amarga como trágica. Por eso que las canciones tienen que estar ahí para decir aquello que los personajes no podrían decir sin caer en lo mundano. Y las canciones son hermosas, y las interpretaciones de ambos, a dúo o en solitario, son increíbles, y la historia se va articulando alrededor de ellas. Canciones conscientes de que sin la experiencia de vida no son nada, pero también de que son eso y no buscan ser otra cosa. Con total coherencia, Cooper se anima a decir que todavía, con una canción de amor, alcanza para enamorarse.