Ser la cuarta remake de un filme de trayectoria histórica no es un peso menor para llevar en las espaldas, y “A star is born/ Nace una estrella” versión 2018 sufre en muchos aspectos este lugar con un dolor cervical notorio frente a la larga lista de remakes que sumadas unas a otras construyen una torre de más de 50 años de historia del cine.
Si lo decimos de manera metafórica la enfermedad que padece Nace una estrella reloaded no es de orden genético, ya que sus síntomas disfuncionales no los hereda de las obras anteriores sino que son propia cosecha de su re interpretación actual de la misma historia de siempre. Aunque una remake está hecha de pura relación metatextual no es la misma narración la actualizada que la original del 1937 escrita por Dorothy Parker, producida por David Selznick y protagonizada por Janet Gaynor junto a Fredric March.
La trayectoria de esta historia mínima que podríamos parafrasear así es: la de una joven que hace carrera hasta el estrellato gracias el encuentro con un hombre que declina en su carrera hasta la muerte. Están unidos por el amor y en ese juego de caminos cruzados donde nace una nueva estrella otra muere. Punto. Ese es el núcleo duro de este cuentito adaptado una y otra vez, cuya matriz germinal surge de Hollywood al desnudo (¿What Price Hollywood?, 1932), un filme de Georges Cukor que se basó en un cuento de Adela Rogers. Entonces el drama romántico no tenía el lugar que le fue dado a partir de la primera remake. En A star is born (1937) se transformó la descarnada historia de ambiciones desmedidas y ascensos sin escrúpulos del filme de Cukor por un relato romántico, trágico y emotivo hasta las lágrimas. Esas mini historias de amor, y muerte que el espectador ha eternizado en su memoria admirando a cada una de sus figuras puestas en pantalla como Janet Gaynor en la piedra fundamental de la lista, luego la maravillosa Judy Garland junto a Charles Mason en el 54 a puro Technicolor, para seguir enredados en la pasión de Barbra Streisand y Kris Kristorferson en el 76 y rematar en el 2018 con la voz de Lady Gaga y la apuesta al novel director (también protagonista) Bradley Cooper.
Pero hacer una remake, no es solo un rehacer la misma obra. Si vemos cada una de ellas los cambios de situaciones, personajes, estilos, puestas en escena, temas musicales, expresiones de la idea del amor, y hasta el tema femenino /masculino de los roles de poder en la sociedad mutan una y otra vez agregándole cada versión más fuerza narrativa a un aspecto diferente.
En la versión de 1954, también dirigida por Cukor, Judy Garland se entrega a la puesta del musical Hollywoodense, llenando el filme de situaciones cantadas como un juego del personaje en escena o como puestas de pura comedia musical donde la vemos lucirse en todos los estilos y en todos los tonos emocionales a la protagonista. Logrando poner a la luz una Judy cual estrella metamórfica y a un Charles Mason como el actor de carácter que lleva las riendas dramáticas del relato con un pulso perfecto.
La de 1976 trae pasión, un amor más explícito y sin censura, apostando con más fuerza a lo vincular, a un romanticismo más real, construyendo una pareja llena de conflictos pero ante todo llena de deseo. Barbara Streisand se expande tanto cuando canta como cuando pone el cuerpo en su personaje y el drama que ahí habita, mientras Kristoferson logra ser un excelente compañero de equipo manteniendo el ida y vuelta con soltura en las escenas de amor y con su personal gracia y realismo en las escenas musicales. Vívida y tangible.
¿Qué aporta la nueva versión? ¿Una mirada contemporánea sobre el amor? ¿Una experiencia resignificada sobre la música en el cine?
Definitivamente hay escenas emblemáticas que en la película de Bradley Cooper quedan como centrales. Una de ellas es la aparición en escena de Lady Gaga cantando en una suerte de cabaret trans “La vie en rose” de La Piaff. Seductora, fatal y con una voz prodigiosa nos seduce radicalmente. Pero su fuerza en la pantalla no pasa de esta presentación fuerte que no se sostiene en el resto del filme. Su actuación como star rock es tibia de a momentos o inconsistente de a otros, y el problema mayor no yace solo en su calidad como artista sino en la fallida adaptación del personaje a la actualidad. El guion no tiene personajes tan fuertes como en otras versiones y eso se hace visible tanto en el personaje femenino como en el que encarna el propio Bradley Cooper.
El guion agrega temáticas desde lo coyuntural, como la imposición del mercado y la industria a la hora de inventar una star rock, que se muestra como una máquina de picar carne donde la identidad de la artista parece desaparecer en 30 segundos. Pero el problema mayor del libro cinematográfico es la curva dramática ya que que el cruce clásico de todas las versiones donde a la vez que ella asciende el personaje masculino cae en una fosa y un callejón sin salida lo lleva a la muerte aquí esta pintado de saltos sin transiciones ni progresiones consistentes.
El problema mayor que Bradley Cooper enfrenta en este filme no es ni su capacidad para componer el personaje, ni su estilo “carilindo sin bañarse” – que puede gustar más o menos y ser creíble o no – sino el trabajo en la escritura del guion y cómo eso termina plasmado en la pantalla. El resultado es débil y desparejo, con un ascenso atractivo al inicio y luego una eterna meseta que va cayendo para rematar en un final sin fuerza dramática que cierra con un tema de Lady Gaga – del tipo canción emocional- como en el caso de la versión del 76, pero que no salva por eso el resto de la película.
La cámara navega en los espacios inquieta, moderna, el sonido estalla en el dolby 7.1 y la fotografía es muy sugerente en varias secuencias en especial las de escenario, recital, etc.
De amor real, poco y nada, de conflictos internos creíbles apenas la cáscara. Demasiadas ambiciones inconclusas para crear una nueva remake que no da con la talla de la historia que tiene detrás. Algo que nos empuja a una inevitable comparación donde no sale para nada favorecida.
Por Victoria Leven
@LevenVictoria