La secuela de Nada es lo que Parece, retoma la historia de nuestros magos, Los Cuatro Jinetes, 18 meses después del final de la primera cinta. Dispuestos a desenmascarar a un magnate tecnológico, son sorprendidos por alguien que los expone y, aparentemente, sabe todo de ellos, poniéndolos en el lado opuesto al que están acostumbrados: ellos son el blanco.
Hasta ahí, la historia suena divertida, sino fuera por un pequeño detalle. La película es básicamente una sucesión de escenas en las que deben resolver situaciones imposibles, cuasi quijotescas inclusive, y la manera en las que las resuelven son inverosímiles.
Todos suspendemos un poco la lógica al entrar a ver este tipo de películas, son divertidas, entretenidas, y no deben tener demasiado sentido las cosas que pasan, pero deben tener, cuanto menos, la apariencia de tenerlo. Aquí, el director, los guionistas, y los actores, han dejado de tratar directamente. Escenas de pelea que son resueltas con trucos de magia, cortes de cámara para imprimir una supuesta velocidad a hechos que son, de otra manera, imposibles de realizar, y la frutilla de la torta: cambian a Isla Fisher por Lizzy Caplan, sin siquiera explicar que paso con el cuarto jinete, excepto en un dialogo menor que pasa desapercibido.
Repitiendo todos los personajes de la primera, con un guión que básicamente se basa en cuatro secuencias claves que se unen por escenas notablemente escritas solo para lograr una cohesión, actuaciones forzadas o desganadas, y locaciones internacionales, cabe destacar una cosa: Woody Harrelson. Sigue intacto, sino fuera por el, la película no hubiera logrado mantenerme despierto.
Una lastima, sobre todo porque ya están preparando la tercera, y me estaría dando pánico.