Ilusiones apenas sostenidas ante el abismo de la redundancia
Nada es lo que parece (2013) resultó una simpática propuesta que combinó el concepto de justicieros sociales en plan de Robin Hood modernos a partir de artistas de la magia escénica. En aquella oportunidad la estructura argumental -si bien fallida, aunque interesante y dinámica- implicaba un frenético juego del gato y el ratón representado en la búsqueda de un agente del FBI (Mark Ruffalo) dedicado a desenmascarar a los ilusionistas justicieros, quienes desde sus presentaciones en público, desenmascaraban las artimañas de magnates y corporaciones. Claro que la película se reservaba en su desenlace una revelación a modo de una sorpresiva vuelta de tuerca que cambiaba todo lo figurado hasta entonces.
En esta oportunidad, Nada es lo que parece 2 (2016) resulta una secuela redundante, sostenida desde el mal hábito de la sobreexplicacion, pecando de falsa modestia en la pretensión de otorgar nuevas dimensiones de aquella idónea vuelta de tuerca trabajada en el desenlace de la película precedente.
En esta oportunidad mundo del cuarteto mágico formado por Jesse Eisenberg, Woody Harrelson, Dave Franco y Lizzy Caplan, se pone de cabeza con la irrupción de un villano de turno, interpretado por Daniel Radcliffe -lejos del simpático Harry Potter- como un infame ingeniero informático con aversión por el mundo de la magia. En tanto que Dylan Rodas ( Mark Ruffalo ) líder oculto del grupo de magos e ilusionistas justicieros continua trabajando como agente del FBI, utilizando su influencia para crear pistas falsas con el fin de poner la investigación lejos del paradero de sus colegas.
Con el fin de exponer un adelanto tecnológico que será utilizado por una corporación para disponer de la totalidad de la información privada de los usuarios, el accionar precipitado de Daniel Atlas (Jesse Eisenberg) será el que traiga de regreso al grupo de ilusionistas. El caso es que la esperada presentación pública de los justicieros resulta un fracaso que los expone públicamente derribando todas y cada una de sus coartadas, incluso develando la identidad de su líder Dylan Rhodas ante el FBI.
Lo más interesante de esta confusa trama resulta a partir de la imperiosa necesidad del grupo de artistas justicieros por volver a tomar contacto con su público en busca de aplausos y reconocimiento, lo que conduce a un duelo de machos alfa entre los personajes de Mark Ruffalo y Jesse Eisenberg , instancia que atenta con erosionar la unidad que existe entre el grupo.
El gran problema de Nada es lo que parece 2 es que toda escena está ligada o anclada a elementos de aquello que funcionó en la entrega precedente, y que ahora pierde eficacia cayendo inevitablemente en una revuelta argumental que solo genera confusión el espectador.
Resulta necesario mencionar que la dirección de Jon M. Chu adolece de legibilidad en su narrativa visual, oficiando en favor una estética de videoclip volcada de lleno al parpadeo de confusas coreografías de acción que atentan contra todo indicio lúdico del suspenso y tensión dramática en el relato.
De nuevo tenemos una trama que involucra la puesta en escena de artilugios del mundo del ilusionismo con el fin de perpetrar un golpe maestro de características imposibles. Pero este no es el problema, dicha situación extravagante resulto la esencia de la primera película: lo que antes funciono de manera idónea, ahora se ejecuta como una fórmula de características idénticas que no hace más que anticipar y poner en evidencia un vuelco de la trama en los últimos minutos del desenlace, perjudicando la totalidad del argumento.
Con la imperiosa necesidad de implementar una suerte de astucia en la deconstrucción de los sucesos concluyentes presentados en la primera película, el gran problema de Nada es lo que parece 2 obedece a su razón de ser como una franquicia de poco vuelo y sin objetivos bien definidos.