La primera aventura de los cuatro magos ladrones-justicieros fue un bálsamo original para el cine de acción y gran espectáculo. Tenía una linda historia, tenía personajes atractivos y, sobre todo, hablaba del cine a través del ilusionismo. Y era enormemente divertida. Esta segunda parte tiene muchos de los elementos de la primera (especialmente la enorme simpatía de todos los actores involucrados) y momentos espectaculares. Le falta la linda historia, que era lo que terminaba justificando todos y cada uno de los trucos sobre los que se sostenía el impacto visual del film original. Dicho esto, hay algo que hace de este film algo más querible de lo que podría considerarse a primera vista: es evidente que los intérpretes se divierten mucho con lo que están haciendo. ¿Recuerdan La gran estafa 2, de Soderbergh, donde en realidad el gran “robo” era afanarse una mochila en un tren? Esa película funcionaba porque los actores estaban divirtiéndose todo el tiempo. Pues bien, aquí sucede lo mismo: son una banda de comediantes mostrándonos por qué es divertido y alegre hacer películas. Es cierto que en muchos casos parece una especie de broma interna, de esas que deja afuera a los no enterados, pero ahí es donde aparece la exhuberancia visual. Probablemente algunos espectadores salgan decepcionados u olviden las alambicadas peripecias del asunto pocos segundos después de dejar la sala, pero la honestidad del film y su intento de confiar en el ingenio del espectador le otorgan un plus que otros grandes espectáculos no tienen.