Pura (des)ilusión...
El francés Louis Leterrier comenzó su carrera con buen pie (o buena mano) al dirigir las dos primeras entregas de la saga El transportador. Luego vino un film construido para el lucimiento de Jet Li (Danny the Dog) y dos incursiones en el mainstream (Hulk y Furia de titanes). Ahora, le llegó el turno de sumergirse en un subgénero bastante de moda en los últimos tiempos como el de los magos (El gran truco, El ilusionista y siguen las firmas). El resultado -sin ser del todo frustrante- no deja demasiado espacio para el entusiasmo (aunque sus productores sí deben estar bastante conformes con el resultado comercial tras su reciente buen arranque en el mercado norteamericano).
En esta historia concebida por Ed Solomon, Boaz Yakin y Edward Ricourt tenemos a cuatro magos que se unen para conformar un grupo (The Four Horseman se hacen llamar) capaces de robar un banco desde… ¡el escenario de un teatro-casino de Las Vegas y a la vista del público! En efecto, J. Daniel Atlas (Jesse Eisenberg), un arrogante experto con las cartas (¿un émulo de René Lavand?); Merritt McKinney (Woody Harrelson), un mentalista algo cruel que se especializa en hipnosis; Henley Reeves (Isla Fisher), especializada en escapismo; y Jack Wilder (Dave Franco), un “virtuoso” ladrón (desde carterista hasta abridor de cajas fuertes) irán (tele)transportándose y dando golpes cada vez más audaces y sorprendentes.
El film -que parece inspirarse en los shows de David Copperfield- tiene toques a-lo-Robin Hood y entrega un festival de sofisticados efectos visuales. Pero la acumulación de vueltas de tuerca (¿creías que todo era así? Ahora vas a ver…), de CGI y de bromas termina por abrumar y desconcertar más que por fascinar. La película pretende ser graciosa, canchera e ingeniosa, pero se torna un ejercicio de manipulación por parte de sus realizadores hacia un espectador que, indefenso, queda a merced de los sucesivos golpes de efecto y los no pocos caprichos de una narración con múltiples agujeros en su construcción.
Hay, por supuesto, un inevitable juego de gato y ratón, con el agente del FBI Dylan Rhodes (Mark Ruffalo) y la oficial de Interpol Alma Dray (la francesa Melanie Laurent) tratando de seguirle los pasos a los cuatro maestros del engaño y dos grandes actores en papeles muy menores para sus carreras: Michael Caine (el financista de los shows) y Morgan Freeman (experto en “desenmascarar” los trucos de los ilusionistas). Dos decepciones más para una película que no irrita, pero que tampoco estuvo tocada por la varita mágica.