La película comienza con una voz en off que reflexiona sobre la vida con el fondo de una imagen de un juego de encastres: “No puedes colocar una pieza cuadrada en un agujero circular, y no puedes colocar una pieza circular en un agujero cuadrado. Las piezas cuadradas representan la moral, y las redondas representan la libertad”. ¿Encajar o no encajar?, esa es la cuestión. Y precisamente de eso de trata Nadando por un sueño, de un grupo de “perdedores” y excluidos que no encuentra un lugar en la sociedad en tiempos de una Francia de chalecos amarillos donde parece que hay que elegir entre libertad o mandatos.
Los personajes que casi por accidente terminan formando el equipo de nado sincronizado masculino traen cada uno su mochila: uno de ellos arrastra una depresión porque hace dos años que no consigue trabajo; otro es un roquero cincuentón que nunca tuvo éxito con su música y hace shows en el bingo de un asilo de ancianos; otro se siente viejo porque a los 38 el banco le niega un préstamo para comprarse un departamento; otro es un solitario profesor de secundaria que no sabe cómo encarar a una mujer para salir; otro es un joven que tienen problemas con su madre anciana y los exterioriza con arranques de ira; otro es un inmigrante negro que habla francés con un acento tan complicado que no se le entiende nada (y no le ponen subtítulos), y otro es un empresario que no vende nada y no sabe cómo hacer frente a las deudas del negocio. Además tenemos a las entrenadoras que también luchan con sus propios fantasmas: Delphine es alcohólica en recuperación y Amanda es una ex competidora que quedó en silla de ruedas. Este grupo variopinto de señores panzones en zunga encuentra en el equipo y el entrenamiento en la pileta municipal un ámbito para interactuar con otros sin sentirse juzgados y una meta que les da sentido y ganas de querer lograr algo a pesar de llevar todas las de perder.
La película es una comedia que por momentos roza el absurdo pero logra un tono simpático, al estilo Full Monty y genera sonrisas, además de un final feliz que fábula al son de varios hits de los 80 y que nos hace recordar el “pucha que vale la pena estar vivo”.
PD: Creo que el título supuestamente “ganchero” que le pusieron en Argentina, en obvia referencia al show de TV no ayuda en nada. El original Le Grand Bain bien podría ser “El gran chapuzón”, ya que la peli tiene que ver con animarse a cambiar y tirarse a la pileta.