Cómo salir de la depre tirándose a la pileta
¿Qué puede tener de atractivo un grupo de hombres de mediana edad haciendo la gran Esther Williams? El modelo Full Monty trajo cola.
Dejando de lado el poco agraciado y ¿ganchero? título de estreno local, el segundo largometraje como realizador del actor francés Gilles Lellouche tiene poco y nada de original. De hecho, el mismo hecho real -un conjunto de cuarentones suecos amantes del nado sincronizado, conocidos como los Stockholm Art Swim Gents- ya fue el centro de atención de un proyecto documental, Men Who Swim (2010), además de la inspiración de no uno sino dos tratamientos ficcionales en tiempos recientes: The Swimsuit Issue (2008), en la misma Suecia, y la película británica Swimming With Men, estrenada en Europa casi al mismo tiempo que Nadando por un sueño. ¿Qué puede tener de atractivo un grupo de hombres de mediana edad haciendo la gran Esther Williams? Lo mismo que un grupo de hombres de la misma franja etaria practicando el berretín del estriptís para ganarse la vida y, de paso, liberarse de ciertas ataduras. El modelo The Full Monty trajo cola, con al menos una decena de imitaciones/ variaciones/extrapolaciones y Le grand bain no es la excepción.
Para Bertrand (Mathieu Amalric en plan híper relajado) la crisis de los cuarenta no vino sola: el desempleo lo ha sumido en una depresión de envergadura y el hecho de que la familia esté sostenida económicamente sobre los hombros de su esposa no ha hecho más que disminuir todavía más su percepción de valía personal, familiar y social. Corte al encuentro casual con un puñado de muchachotes que practican a duras penas las artes del nado sincronizado, un método para combatir situaciones similares o equiparables: quien no tiene problemas de dinero no anda bien en el amor o sigue viviendo en una casa rodante destartalada. La entrenadora del imposible equipo –con sus panzas escasamente aerodinámicas al aire y escasa retención de oxígeno bajo el agua– es una joven ex estrella en ese campo que no pudo evitar caer en las trampas del alcoholismo luego de un apresurado retiro (la belga Virginie Efira). Más que a un team de deportistas, la pandilla se asemeja a un grupo de autoayuda, sensación que las actividades post nado no hacen más que confirmar: un cálido encierro en el sauna que, con la ayuda de un porro, se transforma en una improvisada sesión de terapia.
Montaje paralelo mediante, Nadando por un sueño descorre el velo de las vidas individuales del improbable equipo, cuyo última incorporación es el cada vez más frágil Bertrand, permitiendo algunos pasos de drama humano y un ligero pathos. De allí en más, la película tildará los ítems esperables de todo relato sobre losers empeñados en lograr un sueño imposible: la medianía como punto de partida, la posibilidad de competir seriamente, las primeras crisis, el riesgo de quiebre del espíritu grupal, un viaje iniciático y la secuencia climática final, con baile acuático a tono e instantánea y delirante mejora en las técnicas deportivas.
Todo es un poco tonto y ridículo pero, más allá de algunos desvíos innecesarios del guión –como una secuencia de robo de mallas de baño realmente caída del catre–, la presencia de un reparto de experimentadas figuras de la pantalla francesa (Jean-Hugues Anglade, Benoît Poelvoorde, Guillaume Canet) logra que un producto crasamente industrial y cinematográficamente populista levante la cabeza por encima del agua y no se ahogue, aunque por poco.