Los hombres que forman el primer grupo masculino de nado sincronizado de Francia no nadan, como indica el título local, por un sueño. Lo hacen como una forma de sortear sus respectivas crisis. Los motivos son varios y abarcan desde soledad y enfermedades hasta desocupación y marginación, entre otras penurias. Una premisa difícil y hasta ridícula para una comedia, pero que sin embargo desemboca en un aceptable entrenamiento.
El personaje central del segundo largometraje como realizador de Gilles Lellouche después de Narco es Bertrand (Mathieu Amalric), padre de una familia que intenta sostenerlo como puede en medio de una profunda depresión. Es en ese contexto que unirse a un grupo de nado sincronizado asoma como la posibilidad de ocupar el tiempo y socializar con esos hombres a los que, como él, no les resulta nada fácil la mediana edad.
Nadando por un sueño es una película no extensa de humor negro que, sin embargo, respeta a esos hombres evitando usarlos como objeto de escarnio. Varios chistes funcionan gracias al indudable oficio de un elenco que reúne a varios de los actores más destacados de su generación, quienes logran evadir el retrato caricaturesco de los males que aquejan a sus personajes. Resulta difícil sorprenderse ante un desarrollo narrativo previsible, pero Lellouche se las arregla para imprimirle ritmo y construir una comedia sencilla y honesta.