Nico (Guillermo Pfening) es un actor que trabaja en una novela exitosa pero después de una pelea con el productor (Rafael Ferro), que además era su amante, decide irse a Nueva York para probar suerte. Ahí no es conocido y, como le dice Kara (Cristina Morrison), una productora de cine prestigiosa, a nadie le importa si en tú país te reconocen por la calle. Pero él no está dispuesto a trabajar de algo que no sea lo suyo y trata por todos los medios de negarse a cuidar al hijo de su amiga (Elena Roger) por dinero. Herido por el desengaño amoroso, con su carrera estancada por no poder insertarse laboralmente en el mercado americano, actor latino pero rubio, Nico trata de subsistir y evitar volver a caer en las garras de su ex, que lo llama y le ofrece volver a la novela.
Nadie nos mira funciona fundamentalmente por la mirada aguda que tiene Julia Solomonoff, su directora, de la vida en Nueva York. De hecho, la ciudad, que vimos en mil películas, está retratada con un ojo diferente y argentino. Es reconocible pero a la vez, por momentos, sus plazas y sus esquinas parecen porteñas. Quizás sea porque a una ciudad la hace su gente, y si la cámara se cierra sobre personajes argentinos, con su forma de hablar, su idiosincracia y sus conflictos, la geografía se contagia.
Entonces hay algo encantador y extraño en la película. Y en ese contexto se desarrolla la historia, que tiene un guión firme, sutil pero que avanza sin titubeos. Pfening, que hace un trabajo excelente por el que ganó un premio en el Festival de Tribeca, se muestra frágil, sensible y obstinado en su viaje interior, y logra que nos importe su destino y, por lo tanto, que suframos con él cuando recibe una mala noticia laboral, o que nos alegremos cuando sucede lo contrario.
La tercera película de Solomonoff -la primera en ocho años- es una historia sencilla que narra una situación complicada: la de un hombre en busca de paz para su corazón.