El tercer largometraje de Julia Solomonoff, “El último verano de la boyita” (2009), intenta hacer una radiografía de un personaje en una situación determinada y desde ahí generalizarla. En parte parece lograrlo. Muchas son las ideas que se despliegan, muy pocas las que desarrolla. La historia se centra en alguien que se ve en la necesidad de alejarse por no poder sostener una relación amorosa, complicada, triangular siendo el tercero en discordia.
La excusa esgrimida es el deseo de triunfar en el gran país del norte, el de las oportunidades, lo que termina por desplegar temas como los del desarraigo, la amistad, la celebridad, el olvido, etc.
Pero todo esto puede interpretarse, no esta tan definido en el filme, a partir de lo que la directora decide que mostrar, que no y como. El nadie nos mira del título podría haber tenido anclaje en la famosa frase de Oscar Wilde “que hablen mal de uno es terrible. Pero es peor que no lo hagan en absoluto”. Pero lejos de esto se encuentra la tesis del filme.
Asimismo podría ser cierto que si al nadie nos mira no hay existencia. También se podría citar a Hilel, el sabio que decía “si no lo hago yo, quien? ¿Si sólo lo hago por mi, Quién soy? ¿Si no es ahora, cuando?”
Todas y muchas más elucubraciones podrían interpretarse, lo cierto es que la realoización se concentra tanto en el personaje central, conflicto interno incluido, que todo debe ser construido por el espectador, que en si mismo y como idea es muy buena, pero tírame una línea mínima a seguir.
La pelkícula durante un poco más del primer tercio se dedica a presentarnos al personaje y su situación actual, simultáneamente, y muy a cuenta gotas, va dando destellos utilizando flashbacks, muy pequeños sobre determinada situación.
El punto de repetición de los elementos de presentación de la actualidad y constitución del personaje, al no otorgar nueva información, termina por ser sólo elementos de parsimonia en el desarrollo del mismo. Sobre todo que solo una de todas esas acciones del personaje tendrá influencia en el desarrollo sobre el final de la narración.
Nico (Guillermo Pfening) es un actor argentino en plena fama sustentada por la televisión vernácula, ante la posible propuesta de filmar en Nueva York decide probar, aunque el motivo real sea otro.
Pronto descubre que nada es lo que pintaba, la producción se retrasa, debe realizar otras tareas mientras se dedica a ir a castings, descubre que por su semblante corporal no ajusta al típico latino, demasiado blanco para parecer latino y su inglés es muy de foráneo.
Toda la construcción se da a base de escenas sueltas, no hay una correlación directa entre las mismas como en un discurrir de un eje con desarrollo de un conflicto dramático, el contacto sólo se da en la presencia del personaje. Nico termina cuidando al hijo de Andrea (Elena Roger), una amiga argentina casada con un yankee, hecho y derecho, situación que lo acercara a mujeres que cuidan a sus hijos en el parque del barrio, intercalando su horas trabajando como mozo, o limpiando departamentos de alquiler temporario. Entre medio algunas acciones algo ilegales, total nadie mira las cámaras de seguridad. La frase del titulo se articula en dos oportunidades durante el transcurso de la película, en sentidos diferentes, una posible, la otra demasiado fuera de registro veraz.
Lo más grave es esa superficialidad narrativa, con exigua tensión dramática, con escenas subidas del tono al que no nos habituó a lo largo del metraje, o innecesarias casi de un sentido ordinario, inexistente hasta ahora en la filmografía de la directora. Llevan al relato a ser mera catarsis del personaje.
Lo mejor, la actuación de Guillermo Pfening, medido, justo, con muchos matices, mascaras y rostros. Muy bien acompañado por Elena Roger. Pero deja sabor a poco.