Para estar en el cambio.
Pero no me hable del proletariado/ Porque ser pobre y maricón es peor/ Hay que ser ácido para soportarlo. Los versos del célebre poema Hablo por mi diferencia, del recientemente fallecido Pedro Lemebel, se hacen carne en Yermén Dinamarca, la protagonista de Naomi Campbel. Cruza entre ficción y documental, la película muestra la vida de esta transexual en una barriada humilde de los suburbios de Santiago de Chile. Ella sueña con una operación de cambio de sexo que adapte su cuerpo al género femenino. Para Yermén, la cirugía representa mucho más que una adecuación genital: es la llave para acceder a la posibilidad de volver a empezar, de arrancar de cero. De escapar de la soledad y la sordidez que la rodea y, en sus propias palabras, reinventarse: un sueño común a mucha gente, más allá de su orientación sexual.
La película tiene dos puntos de vista. Por un lado, con un registro naturalista, se muestra la cotidianidad de Yermén: su increíble trabajo en un call center de tarot, sus entrevistas para conseguir operarse, su relación con un amigovio. Por otro lado, es la propia Yermén la que registra su realidad: como parte de la preproducción, los jóvenes directores Camila Donoso y Nicolás Videla le dieron una cámara para que registrara su hábitat. Al ver las imágenes, quedaron tan impresionados que decidieron incluirlas como parte del largometraje, que es a la vez su opera prima y su tesis de graduación universitaria.
En concordancia con el conflicto de la protagonista, el resultado es un híbrido con varios pasajes logrados, en los que nos sumergimos en un mundo tan triste como tierno. Adolece, sin embargo, de una morosidad común a tantas películas de estas latitudes (sin ir más lejos, la también chilena El vals de los inútiles, actualmente en cartel), producto del regodeo en escenas intrascendentes. En ese sacrificio de la agilidad narrativa a manos de una supuesta profundidad, la película termina perdiendo fuerza y parte de su encanto.