Amor a golpes
Arranquemos por explicar un poco las razones de este estreno en nuestro país, sin profundizar demasiado en conceptos que quizá merecen otro tipo de artículo para entender el animé y cómo se distribuye en occidente. Naruto es un manga de Masashi Kishimoto posteriormente adaptado como animé, que pertenece a uno de los subgéneros (1) más redituables de la animación japonesa y que cuenta con más seguidores alrededor del mundo, el shonen, ya sea por sus atractivas coreografías, personajes vistosos que a menudo enfrentan sus propios demonios, enemigos mesiánicos que fuerzan batallas extraordinarias o un esquema que traza la ruta del héroe con una atractiva sencillez. La cuestión es que este “subgénero” focalizado a adolescentes masculinos contó también con otros éxitos que poblaron nuestras pantallas como Dragon Ball o Los caballeros del zodíaco. El caso de Naruto en los últimos años es que ha hecho su espacio en las pantallas locales convirtiéndose en un éxito que pisa tan fuerte como en otras partes del mundo, esencialmente gracias a su estrecho vínculo con la mitología china en la que está basada y el ninjutsu, arte marcial practicada por los ninjas.
Yendo a esta película en particular, que aún sin haber visto un solo capítulo del animé puede verse (aunque se perderán muchos detalles) sin problemas, nos encontramos con varios elementos atípicos desde lo narrativo. En primera instancia, es audaz -por las particularidades del shonen- que haya una historia romántica que atraviesa el relato de la película de forma constante, tomando una relevancia que sublima el enfrentamiento con el antagonista de turno; en segunda veremos personajes que no llegan a definirse y que apenas logran cumplir un cometido dentro de la trama, siendo confusa su aparición, en particular si no se tiene ningún tipo de contexto como espectador. Por otro lado, si se tiene un contexto, en lugar de confusa resulta forzada, buscando más bien satisfacer a los fans que definir alguna cuestión dentro del relato. Esta mixtura lleva a una narración que por momentos resulta tosca, valiéndose de flashbacks que expliquen el accionar de los personajes, o retomando (algo que es muy común en el animé) fragmentos para subrayar la importancia dramática de una determinada secuencia. Sin embargo, la forma en que es resuelto, por momentos se traduce en un montaje poco fluido que afecta secuencias como la de los personajes atravesando un canal entre la Tierra y la Luna.
Uno de los puntos más elevados siempre suele encontrarse en el vértigo y el dramatismo de las batallas, donde los personajes suelen ser llevados al extremo de sus capacidades para sobreponerse a un determinado enemigo, que en este caso es Tonomi. El problema de este enemigo que tiene un plan para destruir la Tierra, es que resulta bastante desdibujado como personaje. Su presencia no llega a tener peso ni a significar la amenaza que sí se traduce en las acciones: es uno de los antagonistas menos carismáticos que vi en un animé. Esto lleva a que gane más fuerza e intensidad la subtrama romántica que va en paralelo y que, con todos sus clichés y lugares comunes a cuestas, logra conducirse hacia una conclusión satisfactoria.
Pero las malas elecciones de Tsuneo Kobayashi logran sin embargo no ser decisivas para arruinar completamente el film: las secuencias de batallas siguen siendo trepidantes y el diseño de personajes de Kishimoto permanece intacto, lo cual garantiza que veremos algo entretenido a pesar de que su extensión de casi dos horas puede atentar contra ello. En todo caso, Naruto ofrece algunos momentos memorables pero tanto al espectador al que le resulte ignoto como a aquel que conozca el material, le resultarán demasiado visibles las irregularidades narrativas que naufragan por largos minutos.