Piña va, piña viene
Exito en Japón, “Naruto” es un filme con complejidad en su trama, más apto para jóvenes que para niños.
No es una leyenda: George Lucas es conocedor del animé y de la animación japonesa, y si bien Naruto no tiene en su concepción puntos de contacto con la saga de La guerra de las galaxias que creó Lucas, para entender las relaciones y las complicaciones en la trama en Naruto hay que hacer un curso avanzado, casi como, a veces, parece necesario con la segunda trilogía de la saga del guerrero Luke Skywalker.
Naruto es un joven con bigotes de gato, de quien está enamorada una joven ya desde que eran compañeritos en la escuela. Alguien, ya en el presente, ha secuestrado a la hermana menor, y Naruto y otros elegidos irán tras las pistas de estos hiperpoderosos.
La complejidad pasa porque hay universos paralelos, una serie de clanes que vienen desde muchísimos años, personajes que fueron a vivir a la luna, una luna que está por ser destruida y sus pedazos caerían sobre la Tierra, y acabarían con la vida aquí, más personajes con poderes increíbles, agua en la que sumergirse y no mojarse... Ver para creer.
Porque pese a esas, digamos, objeciones -es sumamente sencillo pederse en tantas explicaciones, por los nombres de los clanes y los muchos, muchísimos vericuetos que va teniendo la trama escena tras escena-, hay un despliegue visual impactante.
La animación nipona, llámese el protagonista Heidi, Chihiro o Mononoke, hace que los personajes caminen de manera robótica, algo que aquí se mantiene. Eso no aleja al espectador, y teniendo en cuenta la violencia de algunas escenas, el filme no es para niños muy chicos, a los que las imágenes podrán resultar atractivas, pero la trama, sus implicancias y alguna crueldad, o al menos intensidad, no son aconsejables.