Registro que debió quedar en familia
Poco antes de filmar la película estrenada en enero, «Graba», con sus francas y extensas sesiones de sexo y su pintura de una ciudad de Paris fria y vacía, Sergio Mazza filmó lo que ahora vemos, su registro más íntimo y más público al mismo tiempo. El más comprometido a nivel personal, y también, paradójicamente, el de estilo menos personal. Es probable que muchos otros en su misma circunstancia hayan conseguido el permiso y hayan hecho lo mismo. Pero es difícil que alguien lo hilvane y lo estrene, como hizo él.
Es que Sergio Mazza nos presenta el parto de su mujer. Los días previos, la noche de la internación apurada, las visitas de las enfermeras, la partera y el médico, y (abreviados, por supuesto) los detalles del trabajo de parto. El esfuerzo, el agotamiento, la paciencia del personal, el placentero fruto. ¿Por qué la necesidad del registro? El mismo autor ha dado sus explicaciones, confesando, básicamente, que la cámara «me permitió observar todo tomando distancia (...). No sé si hubiese tolerado la sangre, las miradas de los médicos, el grito de mi mujer, los latidos del corazón de mi hijo, las horas con tanto riesgo si no hubiese tenido la herramienta que me saca de mí, que me permite mirar con otros ojos. Creo que toleré todo eso gracias a la cámara».
Le tiembla un poco en varios momentos. Por suerte cuando llega lo más importante la deja firme en algún trípode y se va a acompañar a su esposa como corresponde. También, por suerte, la ubica de tal forma que el encuadre resulta suficientemente explícito pero decoroso. No como Naomí Kawase, que en «Tarachime», insultando públicamente a su abuela y desafiando gratuitamente a la familia y al público japonés, hizo filmar su propio parto de frente, y cuando el niño sea más grande que se arregle con su psicólogo.