El director de La furia (1997) y Un día en el paraíso (2003) vuelve al cine después de más de diez años –su último trabajo hasta la fecha había sido Fontana, la frontera interior (2009)– con una película hecha a la vieja usanza, con todo lo bueno y lo malo que esto implica. Se trata de un policial que abreva en los códigos clásicos del género para narrar el tortuoso periplo de la ex pareja de un oficial caído en acción en circunstancias cuanto menos sospechosas.
La mujer se llama Silvia y está interpretada con la habitual prestancia de Sofía Gala Castiglione. Apenas después del entierro, empieza a sentir el aliento de un Comisario Mayor de Asuntos Internos particularmente interesado en el tema. Primer indicio de que hay gato encerrado. El segundo es la aparición del misterioso El Griego (Diego Velázquez), a quien aquel comisario le asigna como misión seguir a sol y sombra a Silvia.
Con esas piezas sobre el tablero, empezará a desarrollarse un juego de gato y ratón donde cada quien irá mostrando sus verdaderas motivaciones, muchas de las cuales pueden suponerse bastante antes de que ocurran, como el inevitable interés mutuo entre Silvia y El griego.
Con una factura técnica prolijísima, Natalia Natalia –término utilizado en la jerga policial para aludir a los cadáveres no identificados- fluye con naturalidad, sin apremios. El problema es que por momentos esa cuestión hace que relato carezca de tensión. Si el resultado es positivo, se debe principalmente a Gala Castiglione y Velázquez, dos intérpretes capaces de darle verosimilitud y carnadura a cualquier personaje.