“Natalia, Natalia” es una historia policial que nos sumerge en el conflicto que atraviesa una joven mujer, involucrada en la investigación que se lleva a cabo por la muerte de su ex marido, integrante de las fuerzas policiales, en dudosas circunstancias. Detrás de las cámaras se ubica Juan Bautista Stagnaro, veterano de mil batallas del cine nacional; un emblema que retorna a filmar luego de un hiato de trece años. Este es el primero de varios proyectos pendientes que logra concretar, celebrado a su lanzamiento en salas de todo el país. Su gusto por el policial noir desemboca en esta historia. Lo alimenta la literatura de Raymond Chandler y películas de culto como “Ascensor para el Cadalso” (1959, Louis Malle) o “El Sueño Eterno” (1946, Howard Hawks). También, la esencia y concepción del género en su corrompida atmósfera, que bebe de las fuentes del abordaje referencial en nuestro medio por parte de Adolfo Aristarain, en films como “La Parte del León” (1981).
El buen gusto de narrar, el acierto de encomendar la banda sonora (puntal emotivo fundamental del film) al experimentado Leo Sujatovich y la riqueza de unos diálogos plagados del encanto de antaño, conforman las caracterizan de un film cuya carta de presentación también remite a lo que lo no dicho omite. Las reglas del género suelen decir que nada es lo que parece. Stagnaro, confirmando dicha máxima, regresa al confortable terreno del thriller, del cual explorara a su gusto en films como “La Furia” (1997) y “El Séptimo Arcángel” (2003). La matriz narrativa se verá atravesada por guiños y homenajes, amparándose en la comprobada estructura argumental que construye un verosímil probado. Quien dirige y firma la historia es alguien que posee suficiente experiencia como para saber que lo más enriquecedor que el ámbito policial nos ofrece es balancearse a lo largo de un tendido que sostiene las paradojas entre lo que uno intuye y lo que luego acaba siendo realidad.
De cuidado aspecto técnico, el escenario en sus locaciones reconoce la esencia bonaerense, a través de las características urbanas que otorga a su filmación en locaciones de Avellaneda. Cada historia noir que se precie de tal sabrá bien cómo imbricar dos historias desdobladas: la falsa pero manifiesta a la vista, y otra que subyace, paralela, emergiendo hacia el final y aplicando a la perfección conceptos vertidos por grandes contadores de historias, como Jorge Luis Borges o Ricardo Piglia, referencias citadas explícitamente por el autor al momento de presentar el film. Aquí, el doblez se manifiesta en una investigación policial que compromete seriamente a las altas cúpulas de una institución viciada. Algo huele a podrido, las muertes accidentales podrían no serlo y los cadáveres N/N resultan fácilmente intercambiables. La jugada sucia sabrá esconder las culpas. Un buen policial sabe construirse de instantes de sensualidad tanto como de amoralidad circundante.
El desempeño de la fenomenal Sofia Gala Castiglione nos muestra a una actriz asumiendo un rol que representa una disruptiva novedad para las férreas reglas de género: una figura femenina lidera un reparto nutrido de intérpretes consagrados, entre quienes se encuentran Diego Velázquez, Valentina Bassi, Tony Lestingi y Gustavo Pardi. Existe una unidad de punto de vista nítidamente marcada: la cámara sigue a la protagonista y su noción de realidad se convierte en nuestro grado de focalización. En peligro constante, la joven en busca de la verdad podría acabar convirtiéndose en un señuelo. Desprotegida y a merced de una maquinaria corrupta que pone en riesgo su integridad, sigue pistas más o menos certeras antes de que se desvanezcan. Arma en mano, sabe cómo apuntar directo al blanco. Es buena aprendiz. Vemos a un personaje pugnando por rescatar las piezas caídas de su propio rompecabezas emocional, mientras a su alrededor todo parece desmoronarse.
Revelaciones claves surgirán al desenlace, y el azar acabará por cumplir su parte, resolviendo los conflictos planteados sobre aquellas circunstancias iniciales que despertaran inevitable sospecha. Desligándose de ciertas etiquetas preconcebidas que conformaron las características principales del género, aunque sin traicionar sus principios, “Natalia, Natalia” solidifica su identidad. Por momentos, el film recuerda a la encantadora “La Sombra del Testigo” (1987, Ridley Scott). Los ojos de cada espectador se convertirán en los del personaje encarnado por Sofía, y cuya odisea podría resignificar una escapatoria que se direcciona hacia el propio encuentro con la verdad, más real que fantasmal, estallando en sus narices; de contradicciones se hace nuestra condición. Todo ciclo retorna para volver a comenzar: la verdad estaba más cerca de lo que pensábamos. Finalmente, un as bajo la manga será su carta salvadora. Hay que saber observar los pequeños detalles con suma atención.