Un thriller sobre comer o ser comido.
La primera secuencia de Naturaleza muerta deja en claro que el director Gabriel Grieco vio Scream, de Wes Craven, que a su vez era una película que había mirado otras películas. Pero lo destacable de la primera secuencia de Naturaleza muerta es que, además de citar y homenajear, demuestra un manejo seguro de la cámara y, sobre todo, de la amenaza del fuera de campo. Luego de eso se establece, con brevedad y contundencia, el conflicto de la periodista que protagoniza el film. Y llegan los títulos, con color y hasta lógica -la salida de la ciudad, la frustración- de road movie norteamericana de los años 70.
Lo que sigue lamentablemente no está a la altura de este comienzo: un thriller sangriento con psicópata y discurso vegano acerca de una posible venganza animal. Su mayor defecto es girar en falso y en demasía sobre premisas endebles de investigación, con las razones de los sospechosos expuestas con demasiada rigidez y didactismo. La narración se debilita cuando se siembran con torpeza casualidades y encuentros de pistas, y sobre todo cuando se pretende más misterio del que puede proporcionar un punto de partida atractivo, pero que no ofrece en la película mayor elaboración ulterior: asesinatos contra ganaderos y/o carnívoros.
De todos modos, la capacidad de la película para explotar su tema aporta algunos diálogos que podrían haber sido el modelo y no la excepción: la de la periodista (Luz Cipriota, que entiende cómo no exagerar demasiado el gesto en el cine de género) con el ganadero, o los banales entre ella y el camarógrafo. Con esos diálogos, el comienzo ya descripto, una canción bien ubicada y la buena utilización de los exteriores, Naturaleza muerta exhibe su respeto cinéfilo por el cine de género.