Un regalito sin moño
Jessie Nelson es un maestro de la comedia melodramática. En los años noventa dirigió un film que hoy es de culto en ese sub-subgénero: Mi nombre es Sam, la historia de un muchacho con retraso cognitivo (interpretado por Sean Penn) que superaba obstáculos gracias a la música de Los Beatles. Navidad con los Cooper retoma algunos fundamentos bizarros de aquel film, sobre todo, en la disparatada idea de que el narrador del melodrama de la familia Cooper es un perro. Cuya voz proporciona el legendario Steve Martin. Y Martin no es el único talento desaprovechado, ya que el film cuenta con un elenco de notables, con figuras de la talla de Diane Keaton, John Goodman, Ed Helms, Marisa Tomei, Alan Arkin y Olivia Wilde.
La idea inicial de la película no es mala: se trata del clásico cuento navideño, donde varias generaciones de una familia se reúnen para descorchar junto al arbolito y compartir el momento. Lo malo es que la problemática de los personajes y la pretensión del estilo narrativo, vagamente asociado a Short Cuts de Robert Altman, no cuajan con la trivialidad de los diálogos y la madeja dramática del guión.
En el centro de la historia –y del arbolito– están Charlotte (Keaton) y Sam Cooper (Goodman). Una pareja que tras largos años de matrimonio decidió separarse. Su último deseo es, obviamente, compartir la Navidad en familia. Y uno diría, ¿para qué? Emma (Tomei), la hermana de Charlotte, es una cleptómana; la hija de la pareja, Eleanor (Wilde), está quebrada por una vieja relación y para simular un nuevo noviazgo se trae a un soldado del aeropuerto. El abuelo Cooper (Alan Arkin) es un mujeriego veterano y asiste con la veinteañera que le sirve café en el bar por las mañanas. Los personajes son patéticos, pero el final, claro, es feliz. Así es en Hollywood, sobre todo en Navidad.