Riñas familiares un poco desabridas
Las películas navideñas son un fenómeno mayormente del cine norteamericano, que aquí no terminan de asentarse y, de hecho, progresivamente han dejado de estrenarse para encontrar un destino más acorde en el mercado del dvd o en la televisión por cable. Tal vez -uno piensa- se deba a que nuestro cinismo sudamericano repele estas historias plagadas de buenas intenciones y mensajes esperanzadores sobre lo particularmente bueno de nuestra esencia humana, capitalista y occidental: que el espíritu navideño termina operando como un controlador de aquellas cuestiones que parecen salirse del cauce de la vida en familia y la paz hogareña. En ese sentido, la comedia (y también el terror, corriendo el mito de Santa Claus unos centímetros para profundizar en las posibilidades de lo hominoso) logró que un poco ese espíritu se revele como algo falso, al menos un momento antes de que el final de la película termine por confirmar el status quo. Navidad con los Cooper es la película navideña que nos llega este año, y que termina por confirmar todos los prejuicios que tenemos sobre este tipo de propuestas.
No siquiera un elenco numeroso, y especialmente talentoso para la comedia, puede hacer demasiado con el material que aporta este film de Jessie Nelson: Alan Arkin, John Goodman, Ed Helms, Diane Keaton, Anthony Mackie, Amanda Seyfried, June Squibb, Marisa Tomei, Olivia Wilde integran la lista de padres, abuelos, tíos, hijos que viajan para encontrarse en la cena familiar de Nochebuena. Porque lo que es Navidad con los Cooper, también, es un clásico film coral de reunión familiar (Acción de Gracias, Navidad, algún velorio), otro subgénero que la industria del cine norteamericano ha sabido explotar con mejor olfato comercial que cinematográfico.
Un matrimonio adulto va a recibir a toda la prole en la casa, mientras atraviesa una crisis profunda que podría llevarlos al divorcio. Pero hijos, abuelos y demases no se las llevan fácil y también tienen sus pesares que ocultar en la cena familiar: como verán, nada que no se haya visto. Lo que la película tiene para ofrecer como mayor novedad, incluso como resguardo anti-cinismo, es una voz en off (que tendrá su revelación al final) que atraviesa el relato y reconstruye los episodios como si de un cuento navideño se tratase. Un cuento navideño con su tono naif y aleccionar, como tiene que ser. Incluso hay una idea muy interesante, que es la omnipresencia de unos típicos Papá Noel de tienda que recorren distintos espacios de la ciudad, hombres comunes que con su integridad algo chusca representan una suerte de ángeles guardianes de una cultura consumista y pequeña. En todo caso podemos cuestionarle algunas cosas a la película, pero su honestidad respecto de sus ambiciones es clara: la melancolía sobre cómo una reunión familiar es la memoria de los que ya no están y de lo que ya no somos es otra de las cuerdas que la película toca levemente y luego se olvida.
Lo peor que tiene para ofrecer Navidad con los Cooper es su previsibilidad, no tanto en la falsa felicidad que termina alumbrando finalmente cada subtrama (hay un exceso de espíritu navideño en su prepotencia para que todo termine bien y amable), algo que en definitiva suponíamos desde un comienzo, sino especialmente en la elección de un reparto que cumple roles similares al de otras películas: Keaton es otra vez la madre sobreprotectora y un poco insatisfecha, Helms es otra vez el profesional tenso, Tomei es otra vez la tía piola, Arkin es otra vez el viejo un poco sabio y así. Y también hay un detalle extra-película: hacía 14 años, desde Mi nombre es Sam, que la directora Nelson no se ponía detrás de cámaras, y no sólo que vuelve a exhibir un universo edulcorado, sino una falta de timing que hace ver a la película desprolija, a la comedia tardía, y al drama desabrido.