Una película más sobre la Navidad y la familia, dos términos correlativos y en conjunto rara vez ideales para incluir en un relato.
Los Cooper están en las antípodas de los Puccio, pero constituyen un clan. Si la familia elegida en el filme de Pablo Trapero representa ominosamente una época y una cultura del delito que no es prerrogativa de ese solo apellido vernáculo, en el filme de Jessie Nelson, el director de ese énfasis en el lugar común que fue Yo soy Sam, los Cooper canalizan una cultura y el imaginario que tiene esta sobre la institución familiar, valor supremo aunque contingente entre la mayoría de los mortales.
La secuencia de créditos al inicio promete: los preparativos generales de toda una ciudad estadounidense en torno a la Navidad adelantan una búsqueda que será traicionada: divisar el detalle y prestar atención a los signos laterales de la celebración. El plano fugaz en el vagón de un tren, en el que se ve a varios hombres vestidos de Santa Claus que van o vienen de interpretar al ícono de la Navidad, denota cierta sensibilidad. Los trabajadores de la Navidad están en el radar de lo visible.
Pero una vez que la voz en off (del gran Steve Martin) arranque con el relato en sí y la familia encabezada por los personajes de John Goodman y Diana Keaton se adueñe de la trama, la cantinela del lugar común fagocitará todo. La Nochebuena y las horas previas a celebrarla estarán dedicadas a sellar y afirmar los valores inmortales de una sociedad sostenida en una fiesta desvergonzada del estereotipo. En efecto: está la hija menos querida de la familia y su correlato necesario, la más consentida; el abuelo sabio, como la abuela pícara y un poco desvariada; el matrimonio eterno de 40 años y el que apenas ha durado unos años; el adolescente freak, el niño travieso y la joven desamparada. Y también se apuesta con dos presuntas innovaciones en materia de estereotipos, de un liberalismo lábil y poco sutil: dos personajes, un militar republicano sensible y un policía gay.
Por más de una hora veremos a los miembros de la familia en situaciones aisladas que sirven para conocer a cada uno de los Cooper. Luego, llegará la cena navideña, aunque un corte de luz traerá sorpresas (y una cuota de sadismo inocente) para darle un nuevo giro existencial a la cosa. A no temer: en el final todos bailan y la vida triunfa.
Las buenas películas son aquellas que siempre dan lugar a las preguntas y aspiran a una cierta indeterminación que facilita la indagación y la curiosidad. Los estereotipos son ineludibles como punto de partida, y según cómo se utilicen incitan al cuestionamiento o a su reaccionaria confirmación. En Navidad con los Cooper un personaje critica a la Navidad como el tiempo en el que se nos insta “a una felicidad fabricada”. Es justamente lo que Nelson lleva adelante: su filme refrenda las supersticiones y el lugar de la sagrada familia; incluso hasta el perro de los Cooper tiene consciencia de la inmaculada institución. Perro que habla y no ladra miente.