Nebraska

Crítica de Julieta Aiello - Indie Hoy

Dentro de las enormes historias (en su mayoría historias reales) de los films seleccionados para los premios Oscar, Nebraska parece desencajar. Es ese tipo de historias en las que poco sucede y a la vez sucede todo. Con actores poco conocidos pero indudablemente talentosos, en blanco y negro y un protagonista muy anciano, Nebraska es una historia sencilla y profunda, tan insólita como cotidiana.

Woody es un anciano bastante perdido y obsesionado con un supuesto millón de dólares que reclama como ganador. Luego de intentar disuadirlo, uno de sus hijos, lo acompaña en un viaje desde Montana hasta Lincoln, Nebraska a buscar este inexistente premio. Como es de esperar, este road trip nos adentrará en una nueva relación padre e hijo, entre otras cosas.

Si hay algún adjetivo que define con justicia a este film podríamos decir bello. Una fotografía impecable e imponente de hermosos paisajes norteamericanos de pueblos inhóspitos, una música acorde y conmovedora, diálogos simples pero profundos y actuaciones que calan hondo, todo eso hace de Nebraska una joya cinematográfica de la actualidad. Con pasajes de humor, escenas que hacen brotar las lágrimas… todo logrado a partir de los sentimientos y momentos más simples y sinceros del ser humano.

El leit motiv que sostiene esta película es el de la fantasía. La idea de que cuando nuestros padres llegan a la última parte de su vida, somos los hijos quienes cuidamos de ellos y los roles se invierten. Así, David llevará hasta el final la fantasía de su padre de ser el ganador, y por eso el héroe. Lo defenderá frente a las burlas, actuará de mediador entre su padre y su madre que se pelean como hermanos y ante todo, lo protegerá del sufrimiento y el dolor. Woody se comporta como un niño encaprichado e ilusionado con este último deseo de ganar el dinero para comprarse una nueva camioneta y un compresor. En este sentido es que la actuación de Bruce Dern se vuelve emocionante y perfecta: conserva todos los defectos de haber vivido mucho y una sabiduría que se esconde detrás de un cuerpo debilitado y un hombre de pocas palabras, al mismo tiempo que deja ver la sensibilidad de un niño y la dureza de un hombre con un pasado áspero.

El dinero y el alcohol son dos elementos que rondan como principales durante toda la historia: los familiares del pueblo natal de Woody, ante la noticia del incipiente millonario “sacan los trapitos al sol” de su alcoholismo y comienzan a pedir dinero como forma de arreglar antiguas cuentas. Así, la familia, los fantasmas, las heridas, engaños y afectos salen a la luz en medio de este viaje que hace que muchos aspectos de padre e hijo antes escondidos ahora se conozcan.

Esta es una road movie que pone en foco el afecto, el amor de un hijo hacia su padre por medio del cumplimiento de un deseo que parece imposible, una locura. Resulta difícil que el espectador no se encuentre identificado con esta historia que muestra las situaciones familiares más corrientes que por alguna razón tratamos de negar. Una película sincera, un guión de pocas pero justas palabras, como su protagonista, que con un “no se” y un “no me importa” parece decirnos los aspectos más enormes y elementales de la vida.