Nebraska

Crítica de María Inés Di Cicco - La Nueva Provincia

Una buena oportunidad para emocionarse y reconocerse

Un mar de sensaciones produce Nebraska, el excelente filme de Alexander Payne que tuvo seis candidaturas en los pasados premios Oscar. No ganó ninguno, pero los mereció todos.

Alexander Payne (Entre copas, Los descendientes) creció y vive en Nebraska. Por eso filma en ese estado de gente pueblerina y granjas interminables; por eso, directamente, le dio el bautismo a esta nueva película que fue candidata a mejor película, guión y dirección en la última entrega de los premios Oscar y colocó a Bruce Dern y a June Squibb en las nominaciones a mejor actor y mejor actriz de reparto, luego de una favorable temporada de premios.

La fotografía también tuvo su reconocimiento. Su originalidad y acierto connotativo lo merecen. En blanco y negro y Cinemascope, como las películas de antaño, le dio al relato una entidad que no hubiese sido la misma con los soportes actuales.

La pantalla despojada de ruidos visuales, se dedica al cuento sin grandilocuencias. Lo hace, además, a través de las interpretaciones de actores que no son estrellas. Sí trabajadores de los personajes y las escenas.

Bruce Dern, con una candidatura a los Oscar en 1978 por Regreso sin gloria, se planta a sus 77 de edad en la piel de un hombre como muchos a nuestro alrededor.

A través de un pasado en el que todo parecía eterno y el tiempo sobraba para casarse sin ganas, beber hasta perder todo, dejarse estafar por desidia y tener hijos porque practicar sexo suele acarrearlos y ya, Woody Grant, llegó sin pensarlo demasiado a un presente frágil y en el borde de la senilidad.

Con aspecto de escapado de un geriátrico y la postura tenaz de un toro lo encuentra la policía al costado de la autopista, tratando de emprender a pie un viaje de un par de miles de kilómetros hasta Nebraska, con idea de cobrar un millón de dólares que, según le indicaron por carta, ganó en un sorteo.

La voluntad del viejo, que su hijo mayor y su esposa rechazan por irracional, convence en cambio a su hijo menor, quien acaba de terminar una relación de dos años de convivencia. Pedirse un par de días en un trabajo que no mueve demasiado y acompañar a su padre antes de que termine atropellado por un auto, no es, después de todo, gran cosa.

Así se embarca este hijo con su padre, y padre con su hijo, al encuentro de una quimera, pero también de una historia que para ambos ha perdido varios capítulos.

En ese camino, hay familia, vecinos, rostros reconocibles bajo la pátina que dan las arrugas, las canas, los desaciertos, las carencias económicas, las frustraciones y algún que otro logro.

Se trata de personas comunes y corrientes, con vidas monótonas, que de vez en cuando realizan su pequeño acto heroico y alcanzan a levantar su cabeza y corazón por sobre el alrededor.

La sensación de familiaridad hace a la belleza del relato más simple y a la empatía del espectador con esos seres. En sus dramas, aflora el sentido del humor que aliviana las cargas y vuelve las actitudes más piadosas para con uno y con los demás.

Es esa enseñanza que Payne regala y se disfruta si se está dispuesto a sentarse y atender. Porque Nebraska tiene el espíritu de esos clásicos que el cinéfilo gusta de revisitar, cuando entre sus escenas halla motivo para reírse, emocionarse y reconocerse.