El terror es cosa seria, y Daniel de la Vega lo entiende rápido: unos pocos planos de Necrofobia muestran a un director maduro y que se aleja para bien de la autoconciencia burlona de Hermanos de sangre. La historia comienza cuando Dante, un sastre que vive en un caserón tenebroso en el centro de la ciudad, debe asistir al funeral de su hermano gemelo. La oscuridad del protagonista, su tendencia al encierro y sus trastornos hacen que Beatriz, su esposa, temiendo que Dante sufra un fin similar al del hermano, lo deje. Entonces, abatido y devorado por los celos, Dante recibe un misterioso llamado de alguien que le informa que Beatriz está reunida en un hotel con otro hombre. De ahí en más, la película se dedica a contar el deterioro mental y físico del personaje, compuesto por un espeluznante Luís Machín, capaz de despertar piedad y miedo a la vez. El terror de de la Vega es ampuloso, excesivo, está hecho de angulaciones imposibles, planos brutalmente cercanos y una atmósfera irrespirable; el 3D realza y acentúa el abismo de locura que se abre en la pantalla. El espanto que construye Necrofobia se nutre sin culpas de una buena parte de la historia del horror y de zonas lindantes a él, desde el terror clásico, pasando por las producciones de la Hammer hasta recalar incluso en las espirales de demencia de David Lynch (sobre todo del de Carretera perdida). Los rubros técnicos exhiben una terminación notable (la película incluso cuenta con la presencia de Claudio Simonetti, ex lider de la legendaria Goblin, a cargo de la banda de sonido) que separa decididamente a Necrofobia de otras producciones nacionales que se quedan en el homenaje y en la parodia amable del género.