Con mucha expectativa se esperaba la adaptación, o mejor dicho, la puesta en acción de una de las leyendas urbanas más grandes que ha tenido la literatura y la ciudad de Buenos Aires el Necronomicon. Marcelo Schapces es el encargado de dar vida al misterio que tras un libro maldito de Lovecraft esconde una historia ancestral de cuidadores, bestias, villanos, dolor y la imposibilidad de permanecer entre los vivos a aquellos que lo posean.
“Necronomicón: El libro del infierno” (2018) explora a partir de Abramovich (Diego Velázquez) un restaurador de libros que vive sumido en su trabajo y el cuidado de Judith (María Laura Cali), una mujer lisiada, que le insume la mayor parte del tiempo.
Cuando es contactado por la directora de la Biblioteca Nacional (Cecilia Rosetto) para realizar un inventario de una sección aparentemente abandonada del edificio, nada lo haría suponer que en ese descubrir de mohosos y descuidados materiales se abrirá un descenso a los más oscuro del ser.
De ahí en más “Necronomicón…” busca cierta coherencia narrativa para presentar situaciones fantásticas.
Construye un microuniverso literario en el que la lucha por obtener el libro maldito comenzará a impedir el natural avance de Abramovich en la tarea que se le encomendó. Personajes secundarios, claves para el desarrollo, son presentados, pero lamentablemente el trazo grueso con el que se lo hace termina por debilitar el esfuerzo con el que muchos de ellos llevan adelante su rol.
Mención aparte la participación de Federico Luppi en lo que sería su última película, que por decisiones arbitrarias terminó por ser doblado en voz y rostro, olvidando el peso que su participación podía otorgar a la propuesta.
Luppi además de ser uno de los mejores actores nacionales, ha sabido participar de algunas producciones fantásticas como el “Cronos”, el debut de Guillermo Del Toro en cine, o “El espinazo del diablo”. Más allá de esto, el guion presenta la historia de manera didáctica, casi pedagógica, volando narrativamente en algunas escenas que impregnan a la ciudad de Buenos Aires de una puesta apocalíptica, en donde la lluvia ácida remite a producciones extranjeras.
El tiempo y la progresión inicial para presentar situaciones, personajes y la historia en sí, termina por precipitarse hacia el final, en una carrera desquiciada por intentar resolver cada uno de los puntos planteados inicialmente, construyendo dos tempos narrativos que perjudican su totalidad.
El principal problema de la propuesta, más allá de ser específica para un público ávido de historias fantásticas y conocedor de la leyenda del Necronomicón, es que aquello que en su premisa se presentaba como original y novedoso termina por caer en situaciones recurrentes y predecibles sin atisbo alguno de innovar y dejar su huella en el nuevo cine de género autóctono.