¿A quién ama Tobey Marshall?
Llevar el videojuego Need For Speed al cine es como hacer una película sobre Tetris: ni los autos de carrera ni la lluvia de cubitos multiformes esconden ninguna historia. Que Need for speed (Need For Speed, 2014) se base en “una de las series de juegos más exitosas de todos los tiempos” no significa nada, excepto que se pagó buen dinero por el título.
Aaron Paul (el canijo desaforado de Breaking Bad) es Tobey Marshall, un mecánico/corredor de carreras sin ninguna ambición en la vida excepto pagar las deudas de su padre. Una noche llega a sus puertas Dino Brewster (Dominic Cooper), que le ofrece una tajada millonaria si le ayuda a construir un Ford Mustang que sea un poco más rápido y más azul que otros Ford Mustang. ¿Quién es Dino? El malo de la película. ¿Ven que usa chaqueta de cuero y encima un cuello de tortuga? Pura maldad.
Tobey, dios bendiga sus dos neuronas, accede a mezclarse con Dino. Sus amigos desaprueban. Entre ellos está “el pequeño Pete” (Harrison Gilbertson), que se parece un poco a un joven Leonardo DiCaprio y a su personaje en ¿A quién ama Gilbert Grape? (What’s Eating Gilbert Grape, 1993), en el peor sentido que podría sugerir esta comparación. El pequeño Pete muere – inevitablemente – en una carrera, Tobey va a prisión injustamente y dos años luego busca venganza participando en una ultra secreta carrera clandestina llamada De León patrocinada por el “Monarca” (Michael Keaton).
Así que ésta es una historia de carreras, y las carreras se ven muy bien, montadas con prolijidad y encuadradas frecuentemente en primera persona, posiblemente en referencia a los orígenes interactivos del material. A excepción de algunos choques imposibles que envían autos volando en 3D, los realizadores parecen haber mantenido el contenido de imágenes computarizadas a un mínimo, lo cual resulta crucial para películas de este estilo. El género entero nace de la atracción hacia las escenas de riesgo “auténticas”.
El problema fundamental de la película es cuan frívola se siente. No por la plétora de secuencias de alta velocidad, sino por cuan innecesarias resultan. La venganza supuestamente nutre la motivación del protagonista, pero todo lo que hace resulta inconducente e impráctico. Camino a la carrera clandestina – que se encuentra a 2 días de manejo, al otro lado del país – corre picadas, causa accidentes y desafía a la policía por ningún motivo aparente excepto justificar la siguiente secuencia de velocidad.
¿Saben cuántas carreras hay en Rápido y furioso (The Fast and the Furious, 2001)? Más o menos las mismas. Pero ahí cada secuencia de máxima velocidad se desenvuelve naturalmente a partir del carácter de sus personajes: el robo inicial que presenta a la banda de Toretto, la carrera en la que Brian se infiltra en su círculo, la carrera en la que Jesse cae por su hubris, etc. Y resulta cómico Need for speed tenga la necesitad de citar a Bullitt (1968), cuya única secuencia de alta velocidad servía para ilustrar la férrea determinación de su protagonista, así como Contacto en Francia (The French Connection, 1971) haría años después. Secuencias como éstas no quedan en la memoria sólo por la técnica empleada en ellas, sino porque significan algo dentro de las historias que cuentan. No hay tal cosa en Need for speed, donde la única consigna es acelerar indiscriminadamente hasta que termine la película. De hecho van tan rápido que el guión tiene que encontrar formas de atrasarlos, por más estúpidas que resulten.
Por ejemplo: Tobey decide cargar combustible en pleno movimientoa más de 200 km por hora con la ayuda de sus compinches y un camión surtidor, todo con tal de ahorrarse los 15 minutos que tomaría cargar en una estación. Hazaña loable, pero más tarde decide parar para llenar el tanque. ¿Por qué? Porque su acompañante Julia (Imogen Poots) quiere maquillarse en la estación de servicio. Prioridades, muchacho.