Ponete el cinturón
¿Qué es Need for speed? Esa es la pregunta que debe haberse hecho más de un espectador que fue a ver “una de autos” al cine. Pero gran parte del público en sus veintes debe saber lo que es: una saga legendaria de juego de carreras de Electronic Arts (EA, los mismos del FIFA) que ha trascendido a todas las consolas y sistemas operativos desde hace casi 20 años (la primera entrega es de 1994). El asunto es que, salvo algunas de las últimas entregas, no cuentan con un “argumento” que las caracterice, teniendo el film sólo algunos puntos de encuentro con Need for speed: the run. Se trata de juegos donde el asunto es correr, conseguir mejores autos, eludir a la policía que, naturalmente no está a gusto de que conduzcas a más de 200 km/h en la calle y mejorar tu auto comprando partes o dándole el aspecto que más te guste -según la edición-. No hay muchas más vueltas que darle. Por eso resultaba al menos llamativo que se adapte para el cine un juego que es jugabilidad pura y que tiene poco de marco narrativo para explotar en una película de 130 minutos. El resultado de esta adaptación que se fue gestando a lo largo de varios años, es un film anárquico, caótico y plano con algunas buenas persecuciones que se imponen en el delirante guión donde un elenco desigual hace lo que puede.
Dirigida por el desconocido Scott Waugh, que tiene en su haber solamente una película, Acto de valor, que es pura propaganda militar norteamericana, Need for speed: la película tiene una historia sencilla: un cuento de traición y venganza que implica a una mujer y la muerte de un personaje que debe ser vengado. Este eje narrativo que se resuelve prácticamente en su integridad en los primeros 20 minutos da lugar a incontables minutos de persecuciones arbitrarias a lo largo de Estados Unidos, con más minutos de carreras que la integridad de la saga de Rápido y furioso. El prácticamente nulo desarrollo de personajes deja a Aaron Paul (el héroe, Tobey Marshall), Dominic Cooper (el malo, Dino Brewster) e Imogen Poots (la linda, Julia Maddon) usando sus dotes actorales para sostener estereotipos que no ofrecen demasiado para sus carreras profesionales. Por otro lado, difícil que personajes que se encuentran al volante corriendo casi tres cuartas partes de la película puedan tener algún desarrollo. Pero más allá del cuento de venganza, en el medio hay secuencias románticas, contemplativas y dramáticas que poco tienen que ver con el tono general de la película, apareciendo aún más dispersa. Extraño, por ejemplo, el plano de Tobey y su antiguo amor, Anita (Dakota Johnson), en el Golden Gate, con la cámara reposada, en un encuadre digno de cualquier otro tipo de película.
Otro punto controvertido del film es la violencia que se filtra inexplicablemente en el relato. Pensemos que se trata de carsploitation, films donde los autos estallan, chocan y desaparecen extrañamente sin que habitualmente se vean consecuencias demasiado claras en el asunto. En esta fantasía que forma parte del exploitation el montaje es la herramienta para que creamos esto. Pero en Need for speed extrañamente toman la decisión de mostrar las secuelas de un choque, a menudo desde el punto de vista de quien es chocado. Esta decisión desafortunada le da un inesperado sentido moral a la película, entrando en sintonía con las propagandas de prevención de accidentes de tránsito antes que con un film donde un multimillonario insta a corredores a ir a más de 200 km/h entre calles repletas de civiles. O donde la policía es capaz de llegar a utilizar una llave mecánica sobre el acelerador para usar un auto como si se tratara de un proyectil.
Se puede argüir lo caótica e irrelevante que resulta, pero no se le puede negar que en particular la última carrera en San Francisco tiene momentos intensos y logrados. Por supuesto, una película es mucho más que la suma de sus partes, y más aún cuando la mayoría de ellas restan. En todo caso, puede pasar como un buen entretenimiento si no se la piensa demasiado.