A mil por hora
El asunto en Need for Speed es la velocidad, pero la película llega tarde: a meses del estreno de Rush, esta queda como un juego de niños. De hecho, es así literalmente: se trata de la adaptación al cine de un videojuego que fue creado en 1994 y, desde entonces, tuvo una veintena de versiones. Para dejarla a salvo de las odiosas comparaciones, habría que protegerla bajo el paraguas de las intenciones y suponer que está destinada a un público infanto-juvenil. Pero al verla, es inevitable no extrañar la rivalidad entre Niki Lauda y James Hunt que tan bien contó Ron Howard.
Acá, como no podía ser de otra manera, también hay dos archienemigos. Pero sin matices: son el buenísimo, pobre y noble Tobey (Aaron Paul, el coprotagonista de Breaking Bad) y el malísimo, rico y detestable Dino. Los separa una mujer, un amigo muerto y el ego por demostrar quién es el más rápido. Ese asunto, más otros de índole moral, se dirimirán en la De Leon, algo así como el súmmum de las carreras clandestinas. Su creador, Monarch (Michael Keaton), un excéntrico y demente millonario que transmite la competencia por Internet, es el único personaje interesante, pero sólo hace apariciones fugaces.
Es que Need for Speed-dirigida por un ex doble de riesgo, Scott Waugh- es una oda a las picadas callejeras: son divertidas, cool y están organizadas con todo profesionalismo (hasta tienen una avioneta de apoyo). La adrenalina de la película no pasa tanto por ver cómo estos pilotos rompen los velocímetros, sino que lo hacen en calles y rutas, donde no está permitido superar ciertos kilómetros por hora. La gracia es que ponen en riesgo a todo el que pasa por ahí, desde un homeless con su carrito hasta un micro escolar lleno de chicos. Aunque milagrosamente nadie resulta herido más que los corredores, la conclusión es que aquí no hay héroes, sino solo villanos. Por suerte, al final un cartel nos indica que no debemos imitar esas maniobras. O terminaremos como Paul Walker.